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lunes, 13 de octubre de 2014

Desayuno con diamantes, 5

El llano en llamas
Juan Rulfo (Apulco, Jalisco, 16 de mayo de 1917 - Ciudad de México, 7 de enero de 1986) 


        El estudioso y crítico, Luis Harss, escribía en su libro, Los nuestros (1966), que Juan Rulfo era, “(…) un hombre torvo, enjuto y trémulo, que nació el 16 de mayo de 1918 en una tierra dura y escarpada: el estado de Jalisco, a unos quinientos kilómetros, a vuelo de pájaro, de la ciudad de México (…) La vida en las tierras bajas ha sido siempre austera. Es una zona deprimida que azotan las sequías y los incendios (…) Es una población constituida principalmente por criollos huraños y lacónicos (…) están acostumbrados a trabajar diez a veces más que el campesino de la región central para producir lo mismo. Son gente hosca, que apenas subsiste y que sin embargo ha dado al país un alto porcentaje de sus pintores y compositores, para no mencionar su música popular. Jalisco es la cuna de la ranchera y el mariachi. La breve y brillante carrera de Rulfo —continúa Harss— ha sido uno de los milagros de nuestra literatura. No es propiamente un renovador, sino el más sutil de los tradicionalistas. Escribe sobre lo que conoce y siente, con la sencilla pasión del hombre de la tierra en contacto inmediato y profundo con las cosas elementales: el amor, la muerte, la esperanza, el hambre, la violencia. Con él la literatura regional pierde su militancia panfletaria, su folklore. Rulfo no filtra la realidad a través de la lente de los prejuicios civilizados. La muestra directamente, al desnudo (…) Su lenguaje es tan parco y severo como su mundo. No es un moralizador, y no catequiza nunca. Llora sencillamente el gangrenamiento de las viejas regiones agostadas donde la miseria ha abierto llagas que arden como llamaradas bajo un eterno sol de mediodía (…) Es un estoico que no vitupera la traición y la injusticia sino que las sufre en silencio como parte de la epidemia de la vida misma (…) Por eso su obra brilla con un fulgor lapidario. Está escrita con sangre”.  



Rulfo cuentista
                Los primeros cuentos de Juan Rulfo aparecerían en las revistas América, ciudad de México D.F. y Pan, de Guadalajara. En 1953 el autor recoge diecisiete cuentos en un volumen, El llano en llamas, algunos de los cuales son inéditos. A los siete publicados en revistas, añadió ocho para la primera edición, y dos más, hasta el total de diecisiete para la edición definitiva. La crítica ha señalado que Rulfo da preferencia a los ambientes mágicorrealistas, y crea así la ilusión de que los acontecimientos narrados ocurren en escenarios fantasmales. Al tiempo que, el conflicto entre personajes, incluso el personaje y su medio, gira en torno a lo trágico. Historias ambientadas  y desarrolladas en lugares innominados, otorgándole así mayor intensidad al elemento irreal que propone el narrador, siempre y cuando se muestren equilibrados esa irrealidad, y lo aparentemente fantasmal. El hombre, para Rulfo, se encuentra siempre en constante lucha: si el escenario es rural, el medio ambiente le resulta hostil a sus personajes, si se trata de una aldea, siempre es primitivo. El hombre del narrador mexicano, acepta callado, sin apenas protestar, con cierta resignación fatalista las duras condiciones que le vienen impuestas por la vida. 



          Lo que distingue a Rulfo de los cuentistas de la generación anterior de la Revolución es la técnica empleada, prefiere la primera persona, el narrador es un testigo de los hechos, finge que el narrador cuenta la historia a alguien que escucha y el lector intuye el resto a través de lo que se habla. Rulfo maquilla sus historias trágicas con un estilo sumamente terso que refleja ese sustrato popular al que él mismo te otorga una dimensión artística. Con sus cuentos puede cerrarse un ciclo en la narrativa breve en México, y se abre otro que generaciones posteriores traducirán en nuevas muestras de buen quehacer. Darío Villanueva tilda la obra breve del mexicano como relatos puntuales, dotados de máxima intensidad en el desarrollo de una temática marcada, sobre todo, por la violencia y la muerte. La estética de estos relatos configura la personalidad narrativa de Juan Rulfo, tanto en su sentido puramente formal como en la serie literaria en que se inscribirá el escritor; tanto es así que, la crítica ha trazado una trayectoria del cuento mexicano de los años treinta y cuarenta que llevan directamente hasta el escritor de Jalisco, en cuya trayectoria la tesis y la antítesis estarían representadas por un cuento realista-costumbrista y el modernista-cosmopolita, y ambos mostrarían la síntesis en forma de narraciones depuradas de lo anecdótico, técnicamente innovadoras y con una impronta lírica en algunos de sus fragmentos.
                El Pichón, narrador del cuento del mismo título, cuenta en primera persona, sus andanzas con diferentes partidas revolucionarias que sembraban el terror en la comarca del Llano, y donde la crueldad campea por estos relatos: otros están salpicados de un rico anecdotario de la convulsa historia mexicana, aspectos de la reforma agraria en, “Nos han dado la tierra”, la emigración al vasto poderoso país vecino en “Paso del Norte”, o un bagaje histórico-costumbrista que nunca se apura en los diferentes relatos, se cubre de cierto lirismo y llega a desarrollar una clave tan existencialista como trágica; hechos que se consolidan en relatos como “La Cuesta de las Comadres”, donde el tonto del pueblo intenta recordar, o la imagen del niño cuya hermana tendrá que prostituirse porque la crecida del río se ha llevado el ganado de la familia en el cuento, “Es que somos muy pobres”, incluso el remordimiento de quien ha asesinado a su hermano en “Talpa”. Rulfo señalaba como su familia se desintegró durante los años de “la Revolución”, y las consecuencias pudieron apreciarse en su vida: “Yo tuve una infancia muy dura, muy difícil. Una familia que se desintegró muy fácilmente en un lugar que fue totalmente destruido. Desde mi padre y mi madre, inclusive todos los hermanos de mi padre fueron asesinados. Entonces viví en una zona de devastación. No solo de devastación humana, sino devastación geográfica. Nunca encontré ni he encontrado hasta la fecha la lógica de todo eso (…)”. Esta es una visión personal del mundo de alguien que siente la angustia y nacido de la tierra al que quisiera agarrarse mientras todo se desmorona por dentro; quizá por eso, la crítica ha señalado como Rulfo aparece en las letras mexicanas lleno de angustia, sin nada objetivo en qué apoyarse. Sin duda, donde resulta más evidente la visión subjetiva del autor es en el tratamiento del tiempo y en el discurso de sus personajes; frente a una realidad realista dinámica, que fluye en Azuela y Guzmán, en el caso de Rulfo se muestra solitario, vive un mundo interior y subjetivo, que se impone sentimentalmente a toda la realidad ajena a sí mismo. En El llano en llamas resulta agobiante la falta de dinamismo, sobrecoge una sorda quietud, un laconismo casi monótono, casi onírico que impregna de sabor la tragedia inminente y el fatalismo total, sobre todo en aquellos cuentos donde parece detenerse el tiempo. Ejemplos descriptivos, sin apenas acción como “Luvina”, dramáticos como “¡Diles que no me maten!”, o aquellos que cuenta algo externo, el citado, “Talpa” consiguen convertirse en ejemplos maestros donde se detiene el tiempo y borra cualquier representación exterior de los personajes que solo muestran esa difusa y monótona vivencia interior en la que la tragedia se acepta como inevitable. El mejor ejemplo de ese concepto del tiempo está en “Luvina”, donde todo es una apariencia irreal que incluye el concepto del tiempo, y este parece haberse detenido.
                Una característica más de todos estos cuentos es el procedimiento de un hablar interior, en ocasiones monótono y que luego ampliará en su única novela Pedro Páramo para ofrecernos una clara visión de la realidad de la vida mexicana del campo, donde nada parece ocurrir y, cuando sucede, una ley mecánica que proviene de la costumbre misma desencadena un estallido de violencia, personal o social, que en  “¡Diles que no me maten!” cuenta dos situaciones violentas: un asesinato, y treinta años  más tarde, un fusilamiento. Un halo de fatalismo, e incluso laconismo son, característicamente hablando, la razón de la técnica narrativa que conforman la realidad de Rulfo porque, en esa esencia, se ofrece el asesinato y treinta y cinco años más tarde, una nueva muerte, que no equivalen a nada.
                Lo más curioso de estos cuentos, lo que más extraña, aun sesenta años después, es la objetividad aparente en los que se rompe con las formas tradicionales de entonces, ese realismo analítico que Rulfo aprendería de Joyce, Sherwood Anderson y Hemingway, porque la realidad del mexicano está tratada desde dentro del sujeto narrador y proyectada hacia el exterior del objeto: los personajes de Rulfo, hombres y mujeres, hablan y hacen, y así el narrador nunca impone sus ideas o sentimientos. 


1 comentario:

  1. Realidad mexicana que queda muy bien reflejada en este escritor.
    Mª Ángeles.

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