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lunes, 23 de febrero de 2015

Desayuno con diamantes, 24



MARGINADOS Y OLVIDADOS
(Los cuentos de Julio Ramón Ribeyro)




   El peruano Julio Ramón Ribeyro, nacido en Lima, en 1929, pertenece a la generación narrativa de los cincuenta, un grupo de escritores que se iniciaron literariamente publicando cuentos; en realidad, colecciones de relatos que desde muy variados registros muestran situaciones humanas solitarias o violentas, con tal grado de degradación que el dramatismo y la crudeza de los barrios limeños pone de manifiesto la truculenta realidad de una época en la que el «costumbrismo descriptivo» se convertía en la expresión inequívoca del momento. Ribeyro publicó entonces Los gallinazos sin plumas (1955), Cuentos de circunstancias (1958) o Las botellas y los hombres (1964) y continuó publicando cuentos a lo largo de toda su trayectoria literaria: Tres historias sublevantes (1964), Los cautivos (1972), El próximo mes me nivelo (1972), Silvio en El Rosedal (1977) y una última colección, Sólo para fumadores (1987), aunque tanto a lo largo de su existencia, como posteriormente a su muerte, se realizaron compilaciones que recogieron, en buena parte, la totalidad de su narrativa breve, La palabra del mudo: cuentos (1952/1972) (1970-1973), La palabra del mudo: cuentos (1952/1993) (1994) y Cuentos completos (1952-1994) (1994). Su primera novela, Crónica de San Gabriel (1960) es un relato de aprendizaje, cuya acción se sitúa en una finca campesina a donde acude Lucho, el protagonista, y allí descubre un nuevo mundo. Su siguiente relato extenso, Los geniecillos dominicales (1965), es otra narración tradicional escrita en tercera persona, cuenta la historia de un joven limeño, Ludo, inconforme con un trabajo burocrático rutinario y, una tercera, Cambio de guardia (1976), la figura de un dictador, Alejandro Chaparro, que bien puede reflejar la sombra del general Odría y las intrigas del poder político. La prosa de Ribeyro es, estilísticamente, seca, sobria, directa, parte de la ironía, pero también de la nostalgia y del escepticismo de un narrador que siempre tuvo los ojos muy bien abiertos a la realidad que le toco vivir. Su estilo, muy personal, revela la miseria del hombre, como queda apuntado, siempre sometido y, al mismo tiempo, capaz de resistir y mostrar esa rebeldía propia que ofrece el ser humano. De autor en fuga —lo calificaba la mejicana Vivian Abenchuchan— de auténtico «pasajero en tránsito»; en realidad, Ribeyro se procuraba identidades y escrituras distintas. Por sus Cuentos Completos—añade la estudiosa— transitan varios narradores, filiaciones literarias, temperaturas y temas. Cuentos rurales, fantásticos, épicos, alegóricos, urbanos, satíricos, de enigma, de infancia, de literatos, componen su producción; lo mismo acude a la crónica que a la autobiografía sesgada, a la crítica, la parábola y la fábula. No sólo eso: Ribeyro construye sus frases «palabra por palabra» buscando, con singular obstinación, trazar un camino hacia un estilo neutro, es decir, hacia la supresión de cualquier estilo.



La editorial barcelonesa Seix-Barral recupera para los lectores, La palabra del mudo (2010), que había sido publicado, originariamente, entre 1973 y 1994, aunque en la presente edición, además, de las colecciones apuntadas, se incluyen unos Cuentos olvidados, seis en total, aparecidos por primera vez en, Ribeyro, la palabra inmortal (1995), en edición de Jorge Coaguila, los Relatos santacrucinos (1992), diez en total, tres Cuentos desconocidos, que nunca antes habían aparecido en libro, y un Cuento inédito, «Surf», fechado en Barranco en julio de 1994, escrito posiblemente unos meses antes de su fallecimiento, en diciembre del mismo año. Ribeyro justifica el título del volumen argumentando que «en la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz», y en la «Introducción» escribe sobre su deuda con el relato desde su niñez misma, tras las lecturas de Anatole France, Abraham Valdelomar, Luigi Pirandello, E.A. Poe y, por supuesto, mucho más tarde los relatos de Kafka, Joyce, James, Hemingway y Borges que, le descubrieron al escritor limeño, nuevas probabilidades para ensayar la lógica del absurdo, la habilidad técnica, el arte de lo no dicho, la eficacia del diálogo, y la fantasía puesta al servicio de la paradoja. Un cuento como «Las cosas andan mal, Carmelo Rosa», incluido en la presente edición en Los cautivos (1972), escrito durante una de sus estancias en París en 1971, siendo corresponsal de France Pressfigura como ejemplo de una voz interior que se nos descubre íntimamente, esa especie de devenir atribulado de la conciencia narrativa como circunstancia reveladora de la destrucción del protagonista, crítica de una opresora existencia. Técnicamente, el narrador fue dando cabida al realismo urbano, confundido en numerosas ocasiones con el neorrealismo de anteriores décadas, aunque en este caso el peruano nunca renunciara a la inclusión, en sus cuentos y novelas, de elementos fantásticos que siempre funcionan en sus textos como reordenadores de la realidad, atento como fue siempre, a las experiencias humanas frustrantes y a la denuncia de situaciones negativas e injustas de la sociedad, con referencia inequívoca a la peruana, aunque universalizados, sin duda alguna. «Cuentos, como espejo de mi vida, —escribe Ribeyro—, pero también reflejo del mundo que me tocó vivir, en especial el de mi infancia y juventud, que intenté captar y representar en lo que a mi juicio, y acuerdo con mi propia sensibilidad, lo merecía: ilusiones frustradas, vida familiar, o Miraflores, el mar y los arenales». Al final de su «Introducción», añade un decálogo personal para desarrollar su concepción del cuento, especialmente significativo y resumido en, un estilo directo, preferentemente breve, solo debe mostrar, admite todo tipo de técnicas, puede ser real o inventado, se parte de un conflicto, cada palabra es imprescindible, debe conducir a un solo desenlace y si el lector no acepta ese desenlace, entonces todo el cuento habrá fallado.


   No menos significativa es el resto de su prosa que incluye los títulos Prosas apátridas (1975), Prosas apátridas aumentadas (1978), Prosas apátridas completas (1986), Dichos de Luder (1989) y, sobre todo, La tentación de fracaso I. Diario personal (1992), una forma de escritura que desde siempre había defendido Ribeyro y —según él mismo—era fruto de «una necesidad de emulación, pues, uno tiende a imitar lo que le impresiona; —añade, además—que uno relata actos, o, más profundamente, pensamientos e ideas, y, en lo más profundo, emociones y sentimientos. Cada diario mezcla planos, y es por eso que en mi diario ustedes encontrarán pasajes descriptivos y factuales, o momentos de reflexión sobre algo que me ocurrió o que leí, y también, en algunos pasajes más profundos, la expresión de sentimientos hondos».


















Julio Ramón Ribeyro; La palabra del mudo; Barcelona, Seix-Barral, 2010; 1035 págs.



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