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lunes, 2 de marzo de 2015

Desayuno con diamantes, 25



TERRITORIO FRONTERIZO
(Tres narraciones en tierra de nadie)


   Mediada la década de los noventa, una nueva generación de escritores mejicanos irrumpía en el panorama literario de su país y convertían el movimiento «crack», como así se denominaban, en un «manifiesto» público, en la primera manifestación narrativa seria en las letras mexicanas del siglo XXI, o mejor aun, en un novedoso experimento lingüístico y relato polifónico que abarcaría nuevas voces narrativas. Devotos y lectores, además, de Collins, Machen, Brod, Musil y Broch, o de los mejicanos José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, este último, calificado de maestro indiscutible porque consideran es el primer autor que escribe sobre Europa Central, traduce a rusos y polacos, y conoce el viejo mundo; con el paso del tiempo, además, se ha convertido en una especie de guía a seguir de toda la generación. Los nombres que pusieron en tela de juicio los planteamientos literarios precedentes fueron, Jorge Volpi (México, D.F., 1968), Ignacio Padilla (México, D.F. 1968) y Eloy Urroz (Nueva York, 1967), que habían conseguido una perspectiva literaria europea, afianzada en países como Francia y España, y avalados por una interesante obra publicada en su México natal. El núcleo inicial se convirtió en quinteto, y pronto se unieron Pedro Ángel Palou (Puebla, 1966) y Ricardo Chávez (México D.F. 1961). El grupo quedaba definido, según Chávez, por una visión común y cinco individualidades distintas y contundentes: «La palabra de Padilla, el brío de Urroz, la inteligencia de Volpi, el saber de Palou y el propio lamento de Chávez». El crack —ha señalado Christopher Domínguez Michael— despertó el interés de esa sociedad mundana, compuesta por editores, agentes y lectores complacientes. Las novelas del crack son un conjunto heteróclito de narraciones desiguales cuya bandera de salida es un falso cosmopolitismo, una literatura escrita por latinoamericanos que han decidido abandonar, como si esto fuese una novedad radical, los viejos temas nacionales y presentarse como contemporáneos, ya no de todos los hombres, sino de las grandes estrellas de la narrativa mundial. Estos nuevos autores se mueven con facilidad en los archivos del recién enterrado siglo XX, tomando a la carta sus lemas comerciales: la frialdad, el vacío, el eterno retorno del apocalipsis, la muerte de las ideologías, y otras mitologías de la actualidad.



   Jorge Volpi nació en la ciudad de México en 1968. Estudió Derecho y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México y consiguió el doctorado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. Es autor de las novelas A pesar del oscuro silencio (1992), Días de ira (1994), La paz de los sepulcros (1995), El temperamento melancólico (1996) y Sanar tu piel amarga (1997), además de la «Trilogía del Siglo XX» formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve, 1999), un particular juego con el principio de incertidumbre, base de la teoría de la física cuántica, El fin de la locura (2003), una novela divertida, intensa y transparente y cuyo planteamiento se asimila a su anterior novela, una suerte de historia intelectual, sometida a un proceso de ficción novelesca, y No será la tierra (2006), ambiciosa porque trata de construir una novela-enciclopedia, donde se recorren paso a paso los sucesos elementales del pasado siglo XX. Es autor de los ensayos La imaginación y el poder (1998) y Mentiras contagiosas (2008), entre otros. Volpi se ha mostrado interesado en trasladar su conocimiento enciclopédico sobre historia, ciencia, política y literatura a sus narraciones, de ahí que en ocasiones sus planteamientos ensayísticos, al final se completen con una visión narrativa de los mismos.
   El narrador mejicano publica Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie (Páginas de Espuma, 2011), tres relatos extensos, o tres novelas cortas que había publicado previamente y por separado, en distintas fechas, lugares y editoriales. Sin un hilo o conexión que facilitara su lectura, la primera apareció en Joaquín Mortiz (México,1992), la segunda en Muchnik (Barcelona, 1994), y la tercera en Plaza & Janés (Barcelona, 2000). Ahora se reúnen bajo un denominador común, catalogadas como  de «media distancia» y una temática relacionada con la locura o el mal. En la primera de estas novelas «A pesar del oscuro silencio», un narrador intenta recomponer una biografía y va alternando datos, las vivencias que el investigador va conociendo del biografiado confundiéndolas con las suyas propias, sus propios conflictos amorosos con los de Cuesta, el poeta e ingeniero que alternaba la escritura de poesía, con sus investigaciones sobre química, en un intento por buscar la fórmula de la eterna juventud. Al narrador le irán asaltando muchas dudas hasta alcanzar una única y sola verdad: el suicidio del poeta. A partir de este momento, el biógrafo se interna en una vorágine de incertidumbres acerca de la existencia del atormentado poeta, su paso por el psiquiátrico o la entrevista con su esposa, Guadalupe Marín, recabando los escasos datos que se conocen sobre el personaje de tanta raigambre en el México de los años 30, sobre todo por su militancia en el grupo Los contemporáneos. Curiosamente, Cuesta se suicidó en el sanatorio de Tlalpan, el 13 de agosto de 1942, aniversario de la caída de Tenochtitlan, cuando los mexicas se rindieron ante Cortés. El segundo relato titulado «Días de ira», que proporciona el título al volumen, formó parte de un anterior proyecto (Tres bosquejos del mal, 1994) cuyo denominador común era la alucinación de una realidad vivida, porque ofrece una reflexión sobre la capacidad del mal para llenar cualquier pensamiento que deje al descubierto el sentido de la razón, opuesto siempre al de la locura, como tema universal, dentro de una estética barroca y de la alegoría y el simbolismo. Una novela corta que desde sus comienzos engancha al lector proponiéndole una especie de juego porque, en realidad, reduce al mínimo la anécdota contada y se ofrecen y suceden escenas como de un auténtico mosaico se tratara, concentrando el relato en un médico especialista en urología que se enamora o quizá se ¿obsesiona? con una paciente, cantante de blues, hermosa y de curvas delicadas que a su vez mantiene una relación con un escritor, el tercer personaje en discordia y de quien apenas sabemos ni averiguamos nada. El médico, joven, casado felizmente con Carolina, con una hija preciosa, Miranda, será el narrador, aunque, en realidad, lo que los lectores leemos será lo mismo que vaya leyendo y experimentando el médico: el fondo oscuro de su vida, el abismo al que se va acercando para así convertir una vida placentera en una auténtica trama de misterio, incluso de locura. «El juego del Apocalipsis», la tercera entrega, es en realidad, una visión sobre la isla de Patmos, lugar a donde fue desterrado San Juan y donde el apóstol tuvo sus visiones de Jesús para escribir sus textos del Apocalipsis. La historia parte una pareja mejicana que gana un sorteo para disfrutar del comienzo del milenio en la isla, a donde ambos llegan un frío día de invierno, se instalan en un hotel vacío y apenas saben que hacer en el lugar, hasta que conocen a un excéntrico millonario francés que los invita a su barco y a participar en lo que él mismo llama el «el juego del Apocalipsis», o lo que el anfitrión califica de una oscura porción de su alma, es decir, revelar un misterio sobre sí mismo, algo que nunca antes de hubiera atrevido a confesar. La tensión entre el grupo de personajes crece a medida que se acerca la noche del 31 de diciembre, pero sobre todo la pareja protagonista, los jóvenes mejicanos, descubren que todo acaba pereciendo o se destruye. 











Jorge Volpi, Días de ira.
Tres narraciones en tierra de nadie;
Madrid, Páginas de Espuma, 2011.


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