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martes, 31 de marzo de 2015

Jorge Manrique



D
Dolor
    “No hay mayor dolor que recordar los tiempos felices desde la miseria”.
                                                                 Dante Alighieri


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LA MUERTE, o el espíritu y su conciencia

      A propósito de una edición de Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, ilustrada por Jesús Herrero Marcos, en Ediciones Cálamo.


   La realidad física y palpable, inexorable de la muerte, ha provocado en los hombres de todos los tiempos un profundo sentimiento de impotencia. En las antiguas civilizaciones, salvo alguna excepción, la muerte tenía un contenido religioso, según la creencia particular de cada una. En Egipto se había de superar un juicio sobre la vida. La excepción era Grecia, donde las almas pasaban al infierno o mundo bajo el Aqueronte, y allí les era entregado un nuevo cuerpo con el que volvían a la vida, una teoría expuesta por Platón, ya que la conciencia individual era parte de una conciencia universal y externa. En la época del Imperio Romano, el emperador era deificado tras su muerte. El hombre del medievo tiene que enfrentarse necesariamente a la muerte, y su forma de hacerlo está íntimamente ligada al sentido de la vida y su concepción de la inmortalidad. La existencia terrenal como valle de lágrimas lleva a considerar la muerte como ese tránsito al descanso y a la paz; mientras que una apreciación positiva de la vida juzgaría a la muerte como ese terrible destino que nos arrebate, en ocasiones, lo más preciado. El Arcipreste de Hita (c. 1284- c. 1351) expresará rabia y temor a propósito de la muerte de Trotaconventos, y escribe que la muerte destruye la belleza del cuerpo y la alegría del alma, en su celebrado Libro de Buen Amor (1330); en las Danzas de la Muerte (finales del XIV y principios del XV) el sentimiento que predomina es de pavor, la muerte tiene su propia personalidad y llama a todos los nacidos que nunca pueden escapar de ella;  Ferrant Sánchez Calavera se quejará en sus obras, En la muerte de Ruy Díaz de Mendoza y Decir de las vanidades del mundo (primera mitad del XV) de que la muerte iguale a todos; aunque el de mayor trascendencia, sin duda, ha sido Jorge Manrique (1440-1479) y sus Coplas a la muerte de su padre (segunda mitad del XV). 

   
La edición

   El elogio fúnebre al maestre Rodrigo, sabia mezcla de sencillez y profundidad, tributo a quien fuera su ejemplo en vida, y héroe inmortalizado, se ha convertido con el paso del tiempo en una dolorosa obra lírica que lamenta la sentenciosa y melancólica inestabilidad de los bienes de la fortuna, la fugacidad de la vida humana y el poder de la muerte. Solo la virtud persona, según Jorge Manrique, desafía al tiempo y al destino y tras reflexionar en sus Coplas, hace un elogio fúnebre de su padre.
  La presente edición lleva un preámbulo de Amalia Iglesias Serna, titulado, ¿Qué se hizo Jorge Manrique? y afirma que estas “Coplas contienen algo especial, una esencia o una suerte de levadura que se va transmitiendo y fermentando y renovando en toda la poesía posterior escrita en castellano”, y aun añade que, “uno de los mayores aciertos de Jorge Manrique haya sido reunir algunos de los tópico fundacionales del pensamiento sobre la vida y la muerte, y hacerlo con un sereno equilibrio: el tempus fugit, el homo viator, el vanitas vanitarum, el ubi sunt?, concentrados en unos pocos versos y con una intensidad desconocida hasta entonces”.
  Aunque la métrica empleada por Manrique había sido ensayada por poetas anteriores, la doble sextilla octosílaba, cuyos versos se reparten en dos semiestrofas iguales con terminación quebrada en cada una de ellas y tres rimas consonantes, a partir de la celebridad del poeta castellano, se denominará, “copla manriqueña”, unos versos de pie quebrado que producen musicalidad y armonía en todo el conjunto.

Los autores

Jorge Manrique
(Paredes de Nava?, Palencia, 1440?- Santa María del Campo, Cuenca 1479) hombre de armas y de letras, de familia noble. Escribió sus Coplas a raíz de la muerte de su padre, don Rodrigo Manrique de Lara, en 1476, y este mismo año participa en la batalla de Uclés, y en el tramo final de la guerra civil castellana fue herido de muerte en el castillo de Garcimuñoz (Cuenca) y está enterrado en el monasterio de Uclés, cabeza de la Orden de Santiago, de la que su padre fue gran maestre.

Jesús Herrero Marcos
(Palencia, 1950) es autor de una amplia bibliografía sobre el románico, y con el paso del tiempo ha desarrollado una gran afición por la fotografía, sobre todo de patrimonio. En sus libros profundiza  sobre aspectos simbólicos imprescindible para entender las clases religiosas, artísticas y sociales del Medievo.





Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre;

ilust., de Jesús Herrero Marcos;
Palencia, Ediciones, Cálamo, 2014; Col. Ilustrados.
 

 


 

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