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jueves, 23 de julio de 2015

Los olvidados…



FRANCISCO VILLAESPESA
(125 años del escritor almeriense)*



        El 15 de octubre de 2002 se cumplían 125 años del nacimiento, en Laujar de Andarax, Almería, de Francisco Villaespesa, quizá el más insigne escritor que han dado las letras almerienses. Su existencia, como la de tantos otros, su obra y su memoria, permanecen en ese olvido que sólo se justifica, de tarde en tarde, por la lectura de algunos de sus poemas, de algunos de sus dramas o, incluso, de algunos de sus cuentos modernistas.


      La vida del almeriense Francisco Villaespesa oscila entre la bohemia de finales del siglo XIX y el aristocratismo o la suntuosidad de una época que tocaba a su fin. Su familia de regio abolengo procedía de la provincia de Teruel y un antepasado suyo había sido Capitán de Caballería del Regimiento de la Costa, cuyo asentamiento estaba en Almuñécar, provincia de Granada. Desde el siglo XVIII la familia Villa Espesa, como suele ser nombrada en algunos archivos, fija su residencia en la Alpujarra Baja almeriense y a la población de Laujar se trasladaría uno de sus antepasados, lugar donde se asentaría, definitivamente, la familia del poeta y donde se casaría su padre con Doña Dolores Martín del Toro, una joven, también, de noble abolengo y dueña de una importante explotación minera en la Sierra de Gádor.


        Francisco Villaespesa nació el 15 de octubre de 1877 en Laujar de Andarax, Almería, aunque siempre se ha dado como fecha válida el 14, dato que nada importa para la proyección que tendría el poeta en el mundo literario de comienzos de siglo. Cursó los primeros estudios y el bachillerato en la capital almeriense, para trasladarse posteriormente a Granada a donde se matriculará en Derecho, carrera que no acabó. En el año 1897 viaja a Málaga donde se incorpora a la bohemia de Narciso Díaz de Escovar, Ricardo León y Salvador González Anaya. Estos tres poetas le animan a seguir con su vocación literaria y marcharse a Madrid, donde es invitado a frecuentar las tertulias y cafés que frecuentaban los autores del momento, Zamacois, Sawa, Catarinéu, Fernández Vaamonde, hombres de letras vinculados a la revista Germinal, que publicaría sus primeros poemas. El primer año de su estancia es positivo porque consigue dar a la imprenta su libro de poemas Intimidades (1898) y conoce a la que será su esposa, Elisa González Columbie. Volverá a Laujar en abril de ese mismo año y permanecerá allí retirado escribiendo y preparando sus siguientes obras, Luchas (1899), La musa enferma (1901) o El alto de los bohemios (1902); en la capital almeriense conoce y se relaciona con Antonio Ledesma y Francisco Aquino y colabora en la prensa local, La Crónica, La Provincia, El Ferrocarril. Antes de finalizar el año vuelve a Madrid. Una segunda etapa madrileña mucho más fructífera porque empezará a publicar en Revista Nueva y se relaciona ahora con Baroja, Azorín, Maeztu, Valle-Inclán, Benavente, Rueda, Nervo y el mismísimo Rubén Darío.

      Ángel del Río, en su Historia de la literatura española, describe a Villaespesa como «poeta fácil y espontáneo, de la estirpe de Zorrilla, fue de los primeros en alcanzar popularidad por la riqueza de su verso y de sus imágenes y algunos aciertos en la expresión de los estados de sensibilidad doliente de fin de siglo; pero sus dotes se malograron porque le faltó disciplina, espiritualidad y no pudo depurar ni el tono quejumbroso neorromántico, ni la fastuosidad verbal». G.G. Brown, en Historia de la literatura española. Siglo XX, afirma que «Villaespesa escribía de una manera distinta de la de los románticos españoles; su poesía, quizá debido a que sus dotes poéticas son limitadas, demuestra más claramente que la de sus contemporáneos mayores, la deuda directa contraída con Francia». Luis Cernuda, en Estudios sobre poesía española considera al poeta como  «el puente por donde el modernismo pasa a una nueva generación de escritores».
     Recién estrenado el siglo XX, Villaespesa vuelve a Madrid, acompañado ahora por su esposa Elisa, recibe al joven Juan Ramón Jiménez, a quien introduce en las tertulias de la capital, y logra que publique en 1900,  Almas de violeta y Ninfeas. El poeta almeriense funda diversas revistas de corte modernista, Electra, La Revista Ibérica y La Revista Latina, y da a la imprenta el libro que iniciaría su segunda etapa poética, La copa del Rey de Thule (1900), un poemario que renueva sus temas, ritmo, métrica, simbología y, sobre todo,  su léxico que se asemeja al de Verlaine, D´Annunzio, Gravina, Darío, Silva o Valencia, en realidad, supuso una nacionalización de las nuevas tendencias, como apuntó, fervorosamente,  la crítica del momento. La enfermedad de Elisa los lleva de nuevo a su tierra natal y en Laujar pasan una temporada, aunque la muerte de su esposa en 1903 será inevitable, hecho que arrastra al poeta a un estado de postración que líricamente se manifiesta en sus siguientes libros, Tristitiae rerum (1906) y Viaje sentimental (1909), entregas que muestran esa doble vertiente del poeta en su expresión lírica, la exuberancia y la facilidad, los silencios y una voz contenida. Estos años constituirán  un período fértil en la vida de la literatura española porque los jóvenes escritores imponen su actitud en el panorama cultural, y aparecen y desaparecen colecciones populares, revistas ilustradas, entregas semanales y quincenales, como El Cuento Semanal, Los Contemporáneos, y La Novela Corta. En estas colecciones, variadas y misceláneas, publicó Francisco Villaespesa sus novelitas durante varios años y, desde 1952 en que Aguilar las publicó como, Novelas completas, diez en total, con una introducción de Federico de Mendizábal, no han sido reeditadas hasta el momento. El conjunto merece una ordenación completa de la totalidad de las novelas cortas y de los cuentos editados a lo largo de más de dos décadas. Algunos de sus títulos más representativos de estos fueron El milagro de las rosas (1907), El último Abderramán (1909), La venganza de Aisha (1911), Las palmeras del Oasis (1914) Las pupilas de Almotacid (1915), El caballero del milagro (1916), Amigas viejas (1917), La torre de la cautiva (1921) y La ciudad de los ópalos (1921), que si bien no son más que una escasa muestra de su arte, para Mendizábal, «la de Villaespesa es una prosa florida, brillante hasta lo fastuoso, poblada de imágenes». Breviario de amor (1911) y Resurrección (1917) pueden ser calificadas como novelas cortas por la extensión de las mismas, 107 y 79 páginas, respectivamente. En un volumen que el poeta tituló Mis mejores cuentos, subtitulado, Novelas breves. Seleccionadas por el propio autor, precedidas de un prólogo autógrafo del mismo, incluye: «El milagro de las rosas», «Resurrección», «El milagro del vaso de agua», «La venganza de Aischa» y «La tela de Penélope».

 Villaespesa había intentado desde 1899 una aventura teatral que no pudo llevar a cabo hasta que consiguió interesar al más famoso productor y actor de entonces que era Fernando Díaz de Mendoza. Ambos decidieron llevar a escena El alcázar de las perlas, cuyo estreno en el Gran Teatro Isabel la Católica, de Granada, el 8 de noviembre de 1911, constituyó uno de sus grandes éxitos, y lo mismo ocurrió un mes más tarde en el Teatro Princesa, de Madrid. El teatro marcará, pues, la tercera época del escritor y aunque sus dramas no fueron originales, sí gozaron del favor del público de la época, como se hará nuevamente patente con el estreno de obras posteriores como Doña María Padilla (1913) y Aben Humeya (1913).
        Francisco Villaespesa fue, sin duda, un infatigable creador que al acecharle la muerte en tierras brasileñas en 1930,  dirigió el embalaje y embarque de todo su archivo, más de cien tomos traducidos de poetas y escritores del país que lo había acogido. Hacia 1933 su arterioclerosis, insuficiencia gástrica, hipertensión y otras disfunciones, se agudizaron y los doctores Juarros y Álvarez Sierra pronosticaron un pronto final para el poeta. Aquel fatídico día, 9 de abril de 1936, estaban junto a él algunos de los principales poetas y escritores del momento, Machado, Carrere, Ardavín, Dicenta, Mendizábal, San José, Zamacois, Cienfuegos, Manzanares, quienes propusieron a la Asociación de Escritores y Artistas el derecho de enterrar al poeta en el Panteón de Hombres Ilustres.

* Artículo publicado, inicialmente en prensa, ha sido recogido después en el volumen, Disidencias. En la literatura española del siglo XX; Málaga, e.d.a. 2010; 150 págs.


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