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lunes, 9 de noviembre de 2015

Desayuno con diamantes, 60



¿EXISTE UNA LITERATURA FANTÁSTICA EN ESPAÑA?
        El castillo del espectro (2002) es una colección de excelentes relatos fantásticos españoles que el estudioso David Roas ha seleccionado y prologado. Círculo de Lectores los rescata del olvido y los publica en una magnífica colección de «Raros y Curiosos».



     Lo fantástico como género literario fue cultivado por autores importantes y ampliamente leído en el panorama narrativo español del siglo XIX. Por otra parte, fueron muy numerosas las traducciones de otras tantas obras de grandes narradores extranjeros que por entonces practicaron el género y que, de una forma, continuada aparecían en la prensa diaria, en revistas o folletines e incluso en colecciones de libros. Los nombres de Hoffmann, Poe, Gautier, Merimée, Hawthorne o Maupasant eran sobradamente conocidos por el público lector que consideraba al género uno más de la diversidad que ofrecía la literatura de entonces. Tuvo, no obstante, sus detractores que no permitieron que los autores entregados a esta literatura consiguieran el éxito deseado, quizá también porque el cuento siempre ha sido considerado como un género menor,  en franca desventaja con respecto a la novela.
     El cuento fantástico—asegura David Roas, editor de El castillo del espectro (2002)—hay que situarlo en las primeras décadas del siglo XIX, una vez constatado el hecho de que la novela gótica había entrado en crisis. Era ésta un género narrativo que había nacido en la Inglaterra de mediados del XVIII y que representó la primera manifestación de una fantástica visión de la realidad, porque incluía algunos componentes sobrenaturales y terroríficos. No tuvo seguidores en España por los diversos motivos que anota Roas: esencialmente el retraso de su incorporación, la precaria situación editorial y sobre todo la censura férrea del momento, con el añadido de una moralidad, el antirromanticismo o el retraso cultural que no llevó a esa necesaria irracionalidad que propugnaba el género.  Dos son los escritores fundamentales de este tipo de literatura que, sin embargo, fueron muy leídos por el público lector español, M.G. Lewis con El monje (1796) y Charles Maturin con Melmoth el errabundo (1820); el único autor español que consiguió cierta notoriedad fue Agustín Pérez Zaragoza con una colección de veinticuatro narraciones titulada, Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas (1831). El profesor Baquero Goyanes señalaba como «el cuento fantástico viene a ser algo así como el cuento por excelencia». A lo largo de las dos primeras décadas del XIX, sobre todo en aquellos años en los que el romanticismo ocupó buena parte del panorama literario, se puede rastrear una abundante producción de relatos fantásticos en revistas de grandes tiradas, junto a otros relatos de carácter maravilloso o folclórico que tanto gustaban a los lectores. Zorrilla conseguiría ser un excelente narrador de este tipo de entregas y muy pronto se sumaron los nombres del granadino Alarcón, el sevillano Bécquer o la gallega Rosalía de Castro. El interés por el género llegó incluso hasta las postrimerías del siglo y también podemos encontrar muestras en algunos autores realistas como Clarín, Galdós y Baroja.


Género de moda
  El cuento, evidentemente, será la forma fundamental que adopte la literatura fantástica en nuestro país, aunque no resulta raro encontrar algunos ejemplos de novela fantástica sobre todo en la segunda mitad del siglo: La vida de Pedro Saputo (1844), de Braulio Foz,  El doctor Lañuela (1863), de Antonio Ros de Olano y la más conocida El caballero de las botas azules (1867), de Rosalía de Castro.  Sobre el género fantástico había escrito Walter Scott en 1830 afirmando que es aquel «donde la imaginación se abandona a toda irregularidad de sus caprichos, y a todas las combinaciones más raras y más burlescas». J.F. Ferreras señala que no existió una auténtica novela de terror española a lo largo del XIX debido a cuestiones sociopolíticas. Y Rafael Llopis asegura que los románticos trataron lo fantástico como una broma porque no consiguieron dotarlo de ese fino humor necesario que se sobreentiende en los buenos cuentos; cuando dejaron a un lado ese humorismo, lo infantilizaron y lo redujeron a cuentos populares, convirtiéndolos en relatos pintorescos de corte tradicionalista.
        La selección de El castillo de los espectros. Antología de relatos fantásticos españoles del siglo XIX, incluye dieciséis cuentos muchos de los cuales habían ido apareciendo en revistas como Cartas Españolas (1831-1832), El Correo de las Damas (1831-1832), El Artista (1835-1836), Semanario Pintoresco Español (1836-1857), No Me Olvides (1837-1838), donde José María Blanco White había publicado «El alcázar de Sevilla», El Siglo XIX (1837), El Observatorio Pintoresco (1837), El Panorama (1838), El Alba (1838) y El Iris (1841), evidentemente toda una proliferación de publicaciones periódicas que ayudaron al desarrollo de este tipo de relato. Los cuentos seleccionados por el profesor Roas son: «Los tesoros de la Alhambra» (1832), de Serafín Estébanez Calderón, «El castillo del espectro» (1835), de Eugenio de Ochoa, «La pata de palo» (1835), de José de Espronceda, «La Madona de Pablo Rubens» (1837), de José Zorrilla, «La noche de máscaras» (1840), de Antonio Ros de Olano, «Los maitines de Navidad» (1860), de José Soler de la Fuente, «La ondina del lago azul» (1860), de Gertrudis Gómez de Avellaneda, «El Monte de las Ánimas» (1861), de Gustavo Adolfo Bécquer, «El cuadro de maese Abraham» (1873) y «El Oficio de Difuntos» (1873), de Pedro Escamilla, «Un alma en pena» (1874), de Rafael Serrano Alcázar, «El número 13» (1876), de José Selgas, «La princesa y el granuja» (1877), de Benito Pérez Galdós, «La mujer alta» (1882), de Pedro Antonio de Alarcón, «El talismán» (1894), de Emilia Pardo Bazán y «Médium» (1899), de Pío Baroja. Una variedad de formas, con esa calidad que Roas defiende en este tipo de relato y que, de alguna forma, pretende reivindicar una narrativa española que autores contemporáneos aún practican: Merino, Fernández Cubas, Doménech, Ferrer-Bermejo, Aparicio o novelistas como Giménez-Arnau, Zulaika, Lera o Zarraluki.  


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