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domingo, 15 de noviembre de 2015

Hoy tomo café con…



Julio Castedo
“La literatura como forma de huir de la realidad”.



     Julio Castedo Valls (Madrid, 1964) es licenciado en Medicina y especialista en Neu-rorradiología. Compagina su trabajo con la literatura. Hasta la fecha ha publicado dos ensayos, Las cien mejores películas del siglo xx y Buen uso del lenguaje en los textos científicos y los informes clínicos, una colección de relatos, La máscara de mi piel, y piezas de teatro breve, Terencio. Redención (2015) es su cuarta novela, aunque ya había publicado Apología de Venus (2008), El jugador de ajedrez (2009), y El fotógrafo de cadáve­res (2012), con la que obtuvo el reconocimiento de la crítica. Con Redención pretende llegar a un público lector más amplio, y eso le lleva a apostar por una estructura bastante más compleja, a enlazar diversas historias que convergen y así ensayar un auténtico alegato sobre la crueldad y la violencia, con páginas de un elevado tono erótico acusado, tan explícito como sutil que justificaría, entre otros muchos aspectos humanos, la actitud de todo un drama familiar, los Ellerman y los límites a los que les lleva un congénito sentido de la  maldad.


        Usted ha llegado a decir que la Literatura es su forma de huir de la realidad, ¿sigue siendo válida a día de hoy esa afirmación?

Cada día encuentro más motivos para huir de la realidad, la deriva de la humanidad me resulta espantosa; creo que los escritores nos escondemos detrás de nuestros personajes como si fuéramos comadrejas huidizas. Fabular no es más que contar mentiras. Pura cobardía.

        Ha publicado, antes de Redención, otras tres novelas, con una suerte de lectores desigual, y ahora da el gran salto con una importante editorial detrás, ¿cree usted realmente en el marketing más que en el resultado de una buena historia?

Una vez que conseguimos entrar en el mundo del libro impreso, y de verdad que no resulta fácil, no debemos ser ingenuos e infravalorar el peso de la mercadotecnia. Las grandes editoriales deciden a quién lanzar en los despachos, a espaldas de la opinión del autor que resulta elegido, a espaldas de la trascendencia de las historias, sin atender la técnica narrativa o los méritos estéticos. El mercado tiene sus leyes y sus modas, y vive de las cifras de ventas; no tiene nada que ver con el arte. Los buscadores de buenas historias, los heridos por la belleza, somos una rara excepción en la oferta editorial, pero yo nunca renunciaré a esa pequeña parcela, no lo hice cuando publicaba en Efecto Violeta, la heroica editorial de Pilar Algarra, ni lo hago ahora en Planeta. Hay más literatura en los cajones de muchos autores desconocidos que en las mesas de novedades. Todos lo sabemos.

        En la primera novela que publicó, Apología de Venus (2008), la protagonista, es una suerte de madame Bovary al revés; ¿en sus inicios hay un intento de seguir a la gran literatura?

Lo hubo en mis inicios y lo habrá mientras escriba. Creo que es una sana ambición. Decía Benavente que hay escritores que aumentan el número de lectores y otros que sólo aumentan el número de libros, no me gustaría llegar a pertenecer a la segunda clase.

        El jugador de ajedrez (2009) y El fotógrafo de cadáveres (2012) forman un auténtico alegato sobre el belicismo, ¿es su particular visión sobre las barbaries de la Humanidad?

Efectivamente esas dos novelas forman un deliberado díptico sobre la guerra, sobre sus horrores y su devastación, sobre la miseria moral de quienes disponen de las vidas ajenas para cumplir sus objetivos. Algún día me gustaría verlas publicadas juntas. El jugador de ajedrez tiene como fondo las cárceles nazis, El fotógrafo de cadáveres, las trincheras centroeuropeas de la Primera Guerra Mundial. Ninguno de esos dos escenarios debió llegar a existir, pero el hecho es que estuvieron ahí y que no conviene olvidarlos; siempre habrá fanáticos dispuestos a beneficiarse de nuestra mala memoria.

        Sus personajes son siempre perdedores, ¿es así porque hemos ido creando una sociedad absolutamente que se mueve entre desolación?

Hemos creado una mendaz cultura del éxito a pesar de que sólo una minoría, casi siempre vulgar y caprichosa, disfruta de ese regalo; los demás, los ciudadanos normales, los verdaderos pilares de la sociedad, sobrellevamos nuestras numerosas derrotas mirándonos en espejos de feria. La fatuidad del vencedor es, para la Literatura, insignificante al lado de la dignidad del derrotado.
El concepto de la desolación también me interesa, y es cierto que abunda en mi obra. Esa forma extrema de aflicción, cuando un personaje sabe contenerla y sublimarla, encierra una notable grandeza moral.



         En El fotógrafo de cadáveres, se percibe la mirada de un inocente, el joven Arthur Klammer, sobre las miserias humanas, ¿hace falta insistir en esa necesidad de concienciación?
           
Claro que sí. Cada joven es un acontecimiento novedoso, una tabla rasa, y hay que darles la suficiente información para que sean capaces de escribir sensatamente en ella su biografía. Si permitimos que sus certezas vengan dictadas sólo por las televisiones o por el caos de internet los condenaremos a un futuro estrecho, lleno de hedonismo y narcisismo. Condicionar a un joven es malo; concienciarlo, por supuesto que no.

        ¿Qué espera Julio Castedo de su cuarta novela?

La insistencia tenaz del silencio me ha enseñado a no esperar nada cada vez que publico una obra. Ya tengo algo más de cincuenta años y, si llega el éxito, posibilidad que me permito dudar con cierta indiferencia, me habrá alcanzado algo mayor para hacer cambios radicales en mi vida.

         ena nistencia del fracaso me ha enseñadoradicales en mi vida. S hedonismo y narcisismo. Condicionar a un joven es malo, concienRedención (2015), es sin duda una novela más compleja, ¿ha llegado usted a ese momento en que la literatura le produce todo un cúmulo de satisfacciones?

No sé si esa pregunta es irónica o benévolamente capciosa. Para quien como yo la Literatura es casi una religión, las satisfacciones tardan mucho en llegar, o no lo hacen nunca, o, en el mejor de los casos, son casi domésticas: un amigo que se emociona con un texto, un lector anónimo que te busca por internet y te felicita sin conocerte, un compañero de trabajo que te pide que le dediques un libro. El proceso de la creación tiene, al menos en mi caso, más de desgarro que de celebración.

        Ambientada en Inglaterra, ¿qué pretende alejándose de un escenario más conocido como alguna región o ciudad española?

Creo en una identidad europea, en algo posible y concreto que hasta ahora no ha sabido conducir la mediocridad de nuestros políticos y que anularía la voracidad aldeana de los nacionalismos. En cualquier caso, nunca me permitiría el lujo de escribir acerca de lugares que no conozco y que no comprendo. España es mi referencia principal, pero no renuncio a un entorno europeo que también considero propio: El jugador de ajedrez está ambientado en España y Francia; Apología de Venus en España; El fotógrafo de cadáveres en Austria y Serbia; Redención en Inglaterra y España.

        En esta novela sobresale la crueldad, la violencia y un acusado erotismo, ¿se trata de justificar solo el drama de toda una estirpe familiar, o de mostrar la complejidad del ser humano?

Uno de los personajes de Redención le dice a Paul Lancaster, el investigador, que la sociedad moderna no es muy distinta de una selva, que detrás de esas fachadas de cristal hay hienas despellejando gacelas, y leones matándose entre ellos por una hembra joven o por un mayor trozo de carne. Creo firmemente que lo ancestral ejerce un poderoso influjo en nuestras vidas, que dentro de cada uno de nosotros duerme una bestia prehistórica, un primate esclavo de sus deseos; no tenemos más que contemplar nuestros sueños.

        Las diversas historias que se encadenan en Redención ¿intentan mostrar esa liberación que, de alguna manera, buscan los personajes?

Me gusta creer que siempre existe una esperanza, cierta posibilidad de liberación y, si es así, entiendo que esa liberación ha de ser, en primer lugar, interior y, por extensión, hacia nuestros seres queridos. Ése es el núcleo no sólo de Redención, sino de toda mi obra.

        Aunque la trama se concreta en la familia Ellerman, casi todos sus personajes, de una manera u otra, pasan por verdaderas dificultades, ¿convivimos solo con seres atormentados?

Afortunadamente, no, pero nadie escapa de las dificultades, al menos nadie que a mí me interese como personaje.

        ¿Podemos hablar de un auténtico thriller anglosajón, perfectamente ambientado, sobre los límites mismos de la maldad humana, o Redención es acaso algo más?

Mi afición al cine y mi devoción por nuestro idioma, ya muy antiguos y difíciles de doblegar, me hacen preferir el término “suspense”. Redención, que tiene tantas influencias del cine negro americano de los cincuenta como del gótico sureño, carece de prensiones de género; sencillamente es la historia que sentí la necesidad de contar, aunque al hacerlo alterando el orden cronológico obligara al lector a un esfuerzo algo mayor que el habitual de pasar las páginas.

        Un atrevimiento, ¿calificaría usted este libro de novela negra?

Desde luego que no. Aceptaría, como mucho, calificarla de novela oscura.


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