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jueves, 14 de enero de 2016

Patrick Modiano



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MODIANO, UNA LUCHA CONTRA EL OLVIDO



     El concepto narrativo de Patrick Modiano se hace hoy más que nunca transparente, y el tiempo transcurrido desde su primera novela en el 68 revela que ha sido capaz de trabajar libro tras libro con las mismas obsesiones recurrentes: un padre judío en fuga, la ausencia continuada de la madre, o su mirada sobre la ruindad de los cobardes. Su literatura rompe la línea cronológica del tiempo, y establece un nexo personal, arbitrario; cree en esa inmanencia pretérita que vuelve y, pese a la brevedad de sus textos, su técnica es más culta de lo que parece. La búsqueda del pasado, o de la identidad se columbra como eje fundamental en un autor de «un único libro», como él se define, aunque la crítica sostiene que todas sus novelas resultan imprescindibles para un lector. Los mecanismos de su prosa provocan una incesante búsqueda por un mapa mental que se activa por otro plano mayor y concreto, el urbano; así el narrador francés consigue que las calles de las ciudades, donde ambienta sus novelas, sean un escenario para fundir presente y pasado, y sus personajes exploren vivencias propias y ajenas. Indaga en el desarrollo de la memoria, para convertirlo en un ejercicio feliz o doloroso; y según se mire, en la ficción de Mediano entendemos ambas cosas en función de si es motivo de ansiedad, o la evocación de un paraíso perdido.
     La narrativa Nóbel francés era conocida en nuestro país desde los 70 y 80, con Alfaguara nos había llegado Villa triste o Los bulevares periféricos, El libro de familia y La calle de las bodegas oscuras; ahora Anagrama recoge el testigo, y antes del premio ya había publicado buena parte de su obra, en nuevas traducciones de María Teresa Gallego Urrutia, alternando el rescate de obras anteriores con entregas más recientes; caso del presente 2015, que entre marzo y noviembre, dejaba en las mesas de novedades cinco títulos más, Una juventud (1981), la historia de dos jóvenes a los que una galería de personajes grotescos y perversos les programa la vida, una alegoría sobre la fugacidad de nuestra existencia, un lamento existencialista sobre la imposibilidad de actuar, o una excusa para retratar el paisaje de un París que oculta más de lo que muestra; Domingos de agosto (1986), el maestro de la geografía sentimental parisina mira en esta ocasión a la ciudad de Niza, donde un anodino paseo propiciará ciertas coincidencias: Jean, protagonista y voz narrativa, se encuentra con un viejo conocido, Villecourt, quien, tras invitarle a tomar un trago, resucita el recuerdo de una mujer fundamental para ambos: Sylvia; Para que no te pierdas en el barrio (2014), publicada poco antes de de convertirse en Nóbel, es un texto que se suma a toda una serie anterior de cierto parecido entre sí, ocurre en los mismos lugares, en un tiempo común, en el París de la postguerra, aunque la sorpresa para el lector de Modiano: se trata de una novela de cierto suspense, cuyo misterio no se desvelará hasta el final mismo. Capaz de crear personajes que viven en unas circunstancias peculiares, el protagonista en este caso es un escritor mayor, Jean Daragane, encerrado en su piso vegetando, y cuya única distracción es un libro, la Histoire naturelle, de Buffon, una lectura que le atrae por la precisión expresiva del célebre científico del XVIII,  pero la llamada telefónica de un desconocido le devuelve al pasado; en Ropero de la infancia (1989), no hay acontecimientos o tramas de impacto en esta novela de personajes, cuyo protagonista, Jimmy Sarano, recuerda sus fobias, sus miedos, nostalgias y una propia identidad con qué conciliar pasado y presente. Vive un exilio voluntario en una ciudad Mediterránea, un puerto franco, sin duda Tánger, pero cuyo nombre no se especifica; y en Viaje de novios (1990), el narrador se enfrenta a la crisis de la madurez, desde el anonimato de un modesto apartamento de París reconstruye la vida de Ingrid, judía austriaca a la que Jean conoció veinte años atrás, y compartió momentos pretéritos, que determinaron alguno de sus destinos; ofrece otra muestra de esa ambivalencia tiempo/lugar, como nota dominante de un pequeño enigma. Resulta obvio que, algunos libros de Modiano se inspiran en el concepto psicoanalítico definido como “recuerdos encubridores”, tesis freudiana que oculta sucesos traumáticos correspondientes a los primeros años de vida y, en términos novelescos, esa experiencia traumática se vislumbra como un misterio que los protagonistas deben investigar hasta resolver el enigma de su propia existencia.

                                      





Patrick Mediano; Una juventud;
Domingos de agosto; Para que no
Te pierdas en el barrio; Ropero
De la infancia; Viaje de novios;
Barcelona, Anagrama, 2015.

        


José María Merino



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FICCIÓN CONTINUA



     José María Merino (La Coruña, 1941) es uno de los autores españoles contemporáneos que une, a sus cualidades de excelente narrador, esa otra faceta no muy ajena a la historia literaria calificada de teoría de la crítica o ensayo en su sentido más puro porque, entre otras cosas, se ocupa de las reflexiones en torno al fenómeno de la creación literaria y de los mecanismos y desarrollos que intervienen en la construcción de las obras en general. Aspectos que se concretan en el caso de Merino en el género narrativo, tanto el extenso como el breve, disciplinas donde ejerce de maestro desde hace años.
      A una dilatada obra narrativa hasta el momento, habría que recordar su anterior libro de relatos Días imaginarios (2002) premiado con el NH de cuentos y valorado muy positivamente por la crítica, se suma ahora una curiosa entrega titulada Ficción continua (2004); en realidad, el autor reúne sus reflexiones en torno a la invención literaria y, sobre todo, expone su larga experiencia como lector y creador. La labor teórica de Merino en estos últimos años queda demostrada en este libro que, siguiendo el índice y como él mismo ha dividido, en dos grandes apartados titulados acertadamente, «Los círculos de la ficción» donde se recogen ensayos de carácter general, más o menos extensos y  un segundo bloque, más concreto y breve denominado «De cuentos y novelas», suma de reseñas y notas críticas en torno a obras y autores recientes: casos del fenómeno Harry Potter o la novela cibernética. Este, en primera instancia, sería un libro necesario en el panorama crítico actual puesto que ayuda, sobre todo esa extensa primera parte ensayística, a centrar nuestra atención en algunas cuestiones y formas relativas al mundo de la literatura y  en algunos aspectos técnicos relacionados con el cuento, la novela corta y la novela extensa ,disciplinas que Merino trata de dilucidar desde su perspectiva de creador. Sobresalen esos apuntes relativos a ese lugar irreconocible por algunos como se anota en el ensayo «Los parajes de la ficción», es decir, las conductas de los personajes o héroes y heroínas con respecto al espacio físico adecuado que ocupan en las obras para que sus actitudes se cumplan verazmente; en semejante interés, apostilla consideraciones en torno al Quijote, en realidad, vislumbra el delirio quijotesco que enlazaría con ciertos aspectos de la literatura fantástica que tanto interesan al autor.
      Dedica una especial atención, en esa breve referencia que otorga la reseña, a los cuentos españoles desde la Edad media al siglo XVII, pasando por los relatos de Clarín, el aspecto, en general, del género ante el reto del siglo XXI, e incluso ilustra al lector con algunos clásicos como los rusos Pushkin, Goncharov y Tolstói o Stevenson, Conrad, Hesse y Traven que determinarán, desde su pluma, la atención de los jóvenes lectores. Uno de los ensayos interesantes establece la relación entre la novela y el cine, por citar algunas de las recomendaciones que hace Merino en su particular visión de esa ficción continua a que, personalmente, no renuncia.









FICCIÓN CONTINUA
José María Merino
Seix-Barral, Barcelona, 2004

miércoles, 13 de enero de 2016

Émile Chasles



CUENTOS DE TODOS LOS PAÍSES

        “Amenidad, diversión, tradición y fantasía”, en palabras del editor Máximo Higuera, para proponer la lectura de una cuentística universal, Cuentos de todos los países (Trifaldi, 2015).



    Nunca han quedado claras las relaciones que estudiosos establecen entre lo popular, lo tradicional, lo oral, el folclore, y los conceptos referidos al cuento o la leyenda, y sobre todo con respecto al contenido tanto de unos como de otros, esas ambigüedades que desde siempre se han calificado en función de un público lector, joven o adulto. Existen, sin embargo, compilaciones de cuentos y leyendas de una variedad asombrosa, y de lugares extraños y remotos que nos llevan a un mundo de fantasía.

Cuentos de todos los países

   Émile Chasles recopiló en 1867 cuentos de las más variadas fuentes y tradiciones, otorgándoles una auténtica vocación de universalidad, al tiempo que basaba sus investigaciones en los recursos tradicionales que despertaban su curiosidad. Y esta misma curiosidad le llevó a la cuentística alemana, a los volúmenes recopilados de Johann Kart Musäus (1735-1787), precedente de los hermanos Grimm, como el cuento de “Las tres hermanas”, que el traductor y editor Máximo Higuera selecciona para el presente libro, Cuentos de todos los países (Trifaldi, 2015); y lo mismo hace con “La ninfa de las aguas”, del mismo autor; un relato en la tradición de las ondinas, las ninfas acuáticas de la más clara tradición grecorromana, que incluso llegó a tratar Bécquer en una de sus leyendas. Sin duda, el más celebrado, el más conocido y versionado, es “El califa cigüeña”, de Wilhelm Hauff (1802-1827); del mismo, se conoce la adaptación del mismo de Sara Cone Bryant y su colección, How to tell stories to children (1905) y la más reciente de Fernando Alonso, Feral y las cigüeñas (1971).

La edición de Trifaldi
   Higuera edita y traduce un total de veintitrés leyendas y cuentos de una curiosa y amena variedad: nórdicos, lapones, noruegos, finlandeses, y aquellos que el propio Chasles calificó de españoles, concretamente, un andaluz, titulado, “El Tabadit”, pero de procedencia árabe, y algunos ejemplos que proceden de El Conde Lucanor y una de las leyendas más famosas de raíz española, Los siete Infantes de Lara. El folklore persa está representado por tres cuentos, “El Tesoro”, “El Goul” y “El regreso del ingrato”; pero podemos, también, admirar historias albanesas, tártaras o argelinas que no es necesario enumerar, todas y cada una de ellas, que provocan, una vez leídas, ese regusto de saborear la buena literatura y disfrutar de una traducción magistral, ajustada, otorgándole el ritmo y la cadencia que debe darse a una fábula y su capacidad imaginativa. Y tal vez porque, como señalaba Camilo José Cela, esa categoría de “hombre universal” es la que consigue crear y obtener el mayor premio que se considera la fabulación literaria, porque se trata de un inmenso taller experimental que no conoce fronteras ni tiempos. Tampoco echamos de menos, los clásicos Boccaccio y Chaucer, también representados con el cuento “Griselidis”, calificado aquí como cuento italiano.  

El autor

   Émile Chasles, nació 28 de de febrero de 1827 en París y murió 24 de septiembre de 1908, a los 81 años, en Tracy-sur-Mer, fue un eminente filólogo, historiador y escritor francés. Enamorado de la cultura española, dedicó un estudio a Cervantes, muy citado por la crítica especializada en el clásico español. Estudió la influencia de nuestra literatura sobre la francesa, los valores de La Celestina en la gran comedia gala a partir de ser traducida en el país vecino en 1527. Con una clara vocación de abarcar la cuentística universal, inspirándose en las más variadas fuentes y tradiciones recopiló en 1867, Cuentos de todos países.










Émile Chasles; Cuentos de todos los países; Madrid, Trifaldi, 2015; 218 págs.


martes, 12 de enero de 2016

CENTENARIO CELA



El 11 de mayo de 2016 se conmemorará el primer centenario del nacimiento de Camilo José Cela (1916-2002), premio Nóbel de Literatura en 1989, autor de las celebradas, La familia de Pascual Duarte (1942) y La Colmena (1951).



     A lo largo del año se sucederán, sin duda, homenajes, exposiciones, reediciones y todo tipo de actos en torno al gallego más universal. La madrileña, Fórcola Ediciones, ha sido una de las primeras en adelantarse para conmemorar dicho acontecimiento, y publica, en edición de Francisco Fuster, Recuerdo de Don Pío Baroja (2015), una colección de textos olvidados y dispersos de Camilo José Cela dedicados a Pío Baroja, a quien consideraba su maestro. Diez textos que recupera y anota Fuster, donde se hace un retrato muy cercano, nada tópico, del carácter de Pío Baroja y donde el propio Cela ensaya sobre las propiedades literarias, que tanto influyeron en su propia obra.

Recuerdo de don Pío
Cela era uno de esos jóvenes escritores que acudían a las tertulias de Baroja en busca de consejos. Incluso le pidió a don Pío que escribiese un prólogo para su primera novela, La familia de Pascual Duarte, obra que llevaría a Cela a ser reconocido como un prometedor escritor. Baroja rechazó la proposición de inmediato porque consideraba que, por su contenido, la obra nunca iba a recibir la autorización de la censura. Lo curioso de esta colección de textos, Cela ofrece una imagen distinta a la que se ha extendido en los manuales y en textos de crítica literaria; quizá porque Baroja no es, según lo conoció y describe Cela, una persona huraña y distante, tal vez engreída, egoísta o amargada como siempre ha sido calificado. Cela escribe que “Baroja tampoco fue un hombre turbulento sino, bien al contrario, un hombre apacible. Su turbulencia, como su osadía, no pasó del pensamiento de la dialéctica y de la literatura. Baroja fue un hombre que amó la casa, y el fuego de la chimenea, y la manta sobre las piernas, y la boina en la cabeza”. Y el gallego, siempre subraya esa imagen sedentaria y calmada de un Baroja ya en la última vuelta del camino.
        También Cela supo definir los rasgos más característicos del escritor del 98 que tanto influirían en su literatura: “Baroja es, probablemente, el hombre más fiel a sí mismo que a todos nos haya sido dado a conocer, y sus detractores podrán culparlo de lo que quieran, pero no, de cierto, de arribista, de confusionista, de pescador en las turbias aguas de los ríos revueltos, de arrimador de su sardina literaria y humana al ascua tentadora del favor y los honores”. Con este breve volumen se recuperan algunos textos personales y periodísticos dispersos y menos conocidos de un incipiente Camilo José Cela, y nos sirven para situar a quien junto al vasco sería uno de los grandes nombres de la narrativa del siglo XX, y por añadidura mostrar esa irrefrenable devoción de quien salpicó sus páginas del estilo de un maestro que sigue siendo referencia inexcusable en las letras del pasado siglo.









Recuerdo de don Pío Baroja
Camilo José Cela
Edición de Francisco Fuster
Madrid, Fórcola, 2015
112 págs.


lunes, 11 de enero de 2016

Desayuno con diamantes, 69



CUARENTA AÑOS DE POESÍA EXPERIMENTAL ESPAÑOLA

     La antología, Poesía experimental española (1963-2004) de Félix Morales Prado, actualiza el concepto sobre poemas-objeto de tanta tradición en nuestra lírica contemporánea.



     El maridaje entre la palabra y la imagen tiene una larga tradición en la historia de la cultura universal. El poema combina ordenadamente sus palabras para ofrecer al lector unas imágenes, la representación combina ordenadamente las figuras para crear múltiples lecturas en el espectador y así, de la simbiosis de ambas, surgen hermosos versos vislumbrados en su concepto artístico, como ha llegado a preguntarse Soledad Puértolas, cuando afirma, con toda rotundidad, «que no hay ya límites entre la escritura y el arte, las manchas o las frases, sino una perfecta simbiosis entre la imagen y la palabra», quizá porque la poesía se nutre de la transparencia de una mirada, el verso puede ser tremendamente visual y capaz de proyectar unas imágenes que buscan tanto la alegoría de lo verosímil como de lo inverosímil en una múltiple asociación imaginativa de novedosa ejecución en el mundo de la lírica.
    La poesía experimental ha permanecido silenciada y olvidada durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, aunque el experimentalismo llevado a cabo durante la época de las vanguardias en toda Europa y el espíritu contestatario español de los años sesenta propugnaban esa otra visión renovadora del lenguaje y su condición de ilimitado. La poesía experimental busca, por consiguiente, medios de expresión más allá de los utilizados por la llamada poesía convencional —apunta Félix Morales Prado al comienzo de su excelente «Introducción» al volumen Poesía experimental española (1963-2004) de la editorial madrileña, Mare Nostrum, precisamente, cuando él mismo trata de justificar una definición de lo que se entiende por ese tipo de poesía que no limita su medio de expresión a las palabras cargadas de significado. Habrá que constatar, por consiguiente, que en este tipo de expresión lírica se produce una confluencia de manifestaciones artísticas de lo más variado: pintura, música, escultura, teatro, además de la palabra, propiamente dicha; lo que nos lleva a subrayar que este tipo de poesía no es, precisamente, una manifestación de pintura o de escultura, de música o de teatro sino que, evidentemente, subsiste en la intención de lo que cuenta cuando se expresa el poeta. Esta es otra de esas acertadas anotaciones de Morales Prado a lo largo de su pormenorizado estudio sobre el concepto de este arte, el de la poesía experimental o visual y de sus posibles variaciones.  
      A propósito del lenguaje, de sus posibilidades de comunicación, ese que pone en juego una técnica compleja y supone la existencia de una función simbólica, este sistema de signos, determinado por nuestra capacidad de articular una lengua particular, y siempre, siguiendo a Roman Jakobson, recordando su definición de las distintas funciones del lenguaje desde el punto de vista lingüístico, cualquier actualización de este concepto, es susceptible de ejercer alguna de las seis funciones elementales en el mundo de lo lírico y de lo visual; es decir, la concretización de la función denotativa o referencial que informaría acerca del contexto extralingüístico; la expresiva o emotiva que ofrecería esa actitud psicoafectiva del emisor; añadir la conativa porque siempre intenta obtener una respuesta de comportamiento por parte del receptor; la fática que tiende a establecer, reforzar o certificar los contactos entre los interlocutores y la metalingüística que sitúa el mensaje dentro de ese código realizado, y paralelamente, la poética cuya atención es el mensaje mismo. Todo lo expuesto para resumir que el poema se concreta en una construcción lingüística y discursiva,  siguiendo a Morales Prado, y que la visualidad forma parte de la mayoría de las variantes de la poesía experimental. El caligrama, incluso, aceptado desde la perspectiva vanguardista, es aceptado como una manifestación literaria pintoresca y participa de muchas de estas características que estamos apuntando. O, siguiendo a Manuel Machado, «la poesía es lo inefable» y Juan Ramón Jiménez insiste en que «la poesía es un juego» y Juan Larrea sostiene que «la poesía es un sistema luminoso de señales»; en realidad, no hay nada en la poesía experimental que contradiga todas las afirmaciones de poetas tan importantes como los apuntados y que no pueda concretarse en alguna manifestación.



Poesía experimental

     Una vez establecido el concepto, Morales Prado, enumera y explica en el estudio que introduce a Poesía experimental española (1963-2004), los diferentes tipos de poesía que a lo largo de estas décadas, y dependiendo de los materiales y del punto de vista utilizado, se han ido sucediendo. Este tipo de poesía forma parte de la propia historia de la lírica y de su evolución a lo largo del tiempo. Surgen así, por ejemplo, conceptos como el «Letrismo» de Isidore Isou, en realidad, una conjugación caótica de letras parecidas y utiliza esas letras en su dimensión plástica; la «Poesía concreta», cuando la palabra se emancipa de la frase y se comporta libremente en el espacio de la página en blanco; la «Poesía Semiótica (o icónico-verbal), nombrada por primera vez por el lingüista Saussure en sus investigaciones lingüísticas; el «Poema objeto» que dota de una dimensión simbólica o metafísica a un objeto o conjunción de objetos tomados de la vida cotidiana, el «Poema acción» o denominado perfomance, establecido en 1957 por Guy Debord. Su influencia fue notoria en la revolución del Mayo del 68 francés; para ellos el poema-acción consiste en una actuación, espontánea, a la que se le supone un impacto poético sobre la realidad; el «Poema Propuesta» donde cada receptor tendrá que montar su propia versión, o las últimas incorporaciones, en las últimas décadas, el «Videopoema» que utiliza elementos aportados del cine y la «Poesía cibernética» que incorpora a la creación del poema visual y sonoro todas las posibilidades ofrecidas por la informática e internet.

La historia
                La historia sobre ese concepto de integración entre el texto y las imágenes o elementos icónicos, se remonta —según Morales Prado y siguiendo a Rafael de Cózar en su interesante libro Poesía e imagen (1991)— a la Grecia y la Roma clásicas y se reitera a lo largo de toda la antigüedad, desde la Edad Media, pasando por el Renacimiento y los siglos XVIII y XIX, con una abundante reproducción de caligramas y laberintos como preludio a lo que, iniciado el siglo XX, se concretaría en las vanguardias, el movimiento más interesante que bien merece un capítulo aparte por la importancia que tiene hasta el presente.
                
 A partir de las primeras vanguardias surge lo que se ha denominado un «visualismo literario» que obedecerá a un manierismo imitativo, dócil y, por supuesto, infravalorado y marginado por las vanguardias históricas aunque ya subyace en estos primeros movimientos ese espíritu transgresor y de ruptura. Como sabemos, en 1897, el poeta simbolista francés, Stéphane Mallarmé, pone en marcha los cimientos de una distribución libre de las palabras y a partir de este momento, durante el primer tercio del siglo XX, se sucederán movimientos como: el futurismo, cubismo, dadaísmo, surrealismo y otras nuevas aportaciones poéticas de muchos de los creadores del momento. Las vanguardias europeas tendrán su versión española en el ultraísmo, ismo que bajo la estela del chileno Vicente Huidobro, acogen los españoles Ramón Gómez de la Serna y Guillermo de Torre, ambos conocedores en nuestro país de los aires de renovación de la Europa ultrapirenaica. Y Cataluña fue, especialmente, receptiva a las innovaciones culturales y muy pronto surgieron nombres que se asociaban a las nuevas propuestas: Papasseit y Junot. Aunque las diferentes guerras europeas, incluida la española, relativizará la creatividad artística y literaria del momento hasta los años 50, con un espléndido renacer en los 60 y en las décadas sucesivas, con una especial incidencia en los 70 cuando Felipe Boso e Ignacio López de Liaño, preparan su primera antología de poesía experimental, precisamente, en una revista alemana, aunque será en los 80, tras la desaparición de la dictadura franquista, cuando se producirá un movimiento regresivo en la cultura que tiende, en principio, a ignorar las vanguardias experimentales literarias y no ha sido hasta el final del siglo cuando muchos poetas se han sumado a esta forma de hacer poesía y numerosas publicaciones le han dedicado el espacio merecido, por ejemplo, revistas de obligada referencia como Ínsula o Quimera, por citar algunas de las más importantes.
      La antología, Poesía experimental española (1963-2004), que motiva esta extensa reflexión, es lo suficientemente representativa como para tener una visión del conjunto de los últimos cuarenta años e incorpora, entre otros muchos, los nombres importantes de Julio Campal, Fernando Millán, Joan Brossa, J.E. Cirlot, Francisco Pino, el Grupo de Cuenca, con Carlos de la Rica a la cabeza, muchos de ellos surgidos en la década de los 70, quizá la del mayor apogeo en nuestro país, hasta el punto de que su influencia se deja sentir en la mayoría de los poetas del momento; la democracia trajo conceptos como postmodernismo y transvanguardia, términos hoy olvidados pero que convirtió a la poesía experimental en objeto de culto: Ràfols Casamada, Pablo del Barco, Ángela Serna, Francisco Peralto y su especial sensibilidad hacia el mail art y Carmen Peralto, J. Seafree, Agustín Calvo o Antonio Orihuela, Canals y Sou. La década de los noventa ha asumido, con una plenitud de recursos, este tipo de hacer poesía y surgen así foros interesantes donde prestigiosos autores como Brossa, Millán, o Antonio Gómez ofrecen lo mejor de su obra. Una bibliografía sucinta pero esclarecedora, además de unas utilísimas direcciones de Internet y, por supuesto, una amplia muestra de la obra en color y en blanco y negro de estos autores y otros muchos completan esta excelente edición que servirá como referente a esos otros trabajos que surjan en el futuro.
      Y una recomendación última, a modo de apéndice del autor, «cuando se pretende leer un poema experimental debemos situarnos frente a él borrando todos los prejuicios adquiridos sobre el concepto de poesía o, como afirmaba Octavio Paz, «su sintaxis es otra y está hecha de choques y disyunciones, lagunas y saltos sobre el vacío (...) lo que se pierde en inteligibilidad se gana en poder de sorpresa e invención».


domingo, 10 de enero de 2016

Caricaturas



Género iconográfico de opinión
La mayoría de los componentes de lo que conforman un género periodístico iconográfico están presentes en la caricatura. Ciertamente, esta modalidad expresiva tiene una estructura, generalmente un "cartón" o "viñeta", que encuadra el motivo objeto de la caricatura. Igualmente, persigue una finalidad o función: emitir un juicio o parecer, vale decir, una opinión. Las marcas formales del género están constituidas por los rasgos acentuados, exagerados o grotescos del dibujo, así como por los globos, fumetos, inscripciones o leyendas que lo acompañan, aunque estos no son indispensables. Finalmente, es iconográfico ya que la imagen juega un papel fundamental.

Francisco Umbral


sábado, 9 de enero de 2016

Miguel Delibes



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ESPAÑA 1936-1950
MUERTE Y RESURRECCIÓN
DE LA NOVELA



     Miguel Delibes sigue ofreciendo, cincuenta años más tarde, la integridad y el rigor que siempre han caracterizado a sus textos, bien sean narrativos o ensayísticos. La editorial Destino, su casa desde que recibiera el Premio Nadal y publicara en 1947 La sombra del ciprés es alargada, conmemora el número 1.000 de la colección «Áncora y Delfín» con uno de esos libros escritos a lo largo de toda una vida y que se concretan en las notas, ensayos, conferencias y materiales que sobre la novela y sus novelistas fuese escribiendo el autor, un libro que permanecía inédito hasta ahora. Titulado España 1936-1950: Muerte y resurrección de la novela (2004), ofrece una panorámica particular de su generación literaria y algunos curiosos retratos de sus colegas: Cela, Gironella, Suárez Carreño, Laforet o Castillo-Puche, entre otros.
       La obra queda dividida en dos bloques perfectamente delimitados, un primero que incluye notas e impresiones del joven Delibes sobre sus coetáneos, la promoción de posguerra y la de los 50, «los niños de la guerra» y una pequeña visión sobre el exilio que da paso al segundo bloque, con textos sobre el arte de la novela y la creación literaria, en cuatro visiones que el autor tiene sobre el género y el oficio, además de una «socorrida» confidencia sobre la intimidad creativa y los valores literarios de sus textos.
     Leído este libro como si de un relato más del autor castellano se tratara, la parte más personal e interesante resulta en el primer bloque cuando el joven escritor analiza y expone sus impresiones sobre personajes como Cela a quien califica de provocador y excéntrico, apunta que fue el primer escritor profesional que conoció dedicado, como curioso fenómeno en la época, a la actividad literaria y subraya lo de fenómeno porque en la elaboración del mismo han servido casi al cincuenta porciento sus altas dotes literarias y sus actuaciones de cara al público. De los comentarios de Delibes sobre este y otros personajes contemporáneos surgen dos planos perfectamente delimitados, el de la crítica personal y el de la literaria. Nunca puede observarse acritud en las afirmaciones del crítico Delibes sino más bien una mirada particular con opiniones propias que nunca se confunden con sus opiniones literarias, sino que más bien se completan. De los narradores de los 50 Delibes recrea su atención en Rafael Sánchez Ferlosio y no escatima alabanzas sobre sus novelas Alfanhuí y Jarama, calificadas por él de prodigiosas. Las cuatro conferencias revelan una mirada aguda sobre la creación literaria vista con esa necesidad que se supone en las complejas relaciones entre la existencia del narrador y la de sus criaturas.   








ESPAÑA 1936-1950
MUERTE Y RESURRECCIÓN
DE LA NOVELA
Miguel Delibes
Barcelona, Destino, 2004



viernes, 8 de enero de 2016

Centenario, Cela

Camilo José Cela Trulock
(1916-2016)

     "La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir".

"Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera".

      "El que resiste, gana",









jueves, 7 de enero de 2016

José Abad



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El acero y la seda


EL LEGADO DE LOS SAMURÁIS

La editorial granadina, Traspiés, publica el libro de relatos, El acero y la seda, de José Abad, cuatro textos que reflexionan acerca de la ofensa, la venganza, el honor y el coraje de estos guerreros que formaron parte de los acontecimientos culturales, sociales y políticos en Japón durante un período de más de mil años, trazando una línea que iría desde los antiguos guerreros de los siglos V y VI hasta la supresión formal de la casta samurái tras la restauración Meiji de 1868.

La leyenda de los 47

Una ofensa pública obligó a Asano Naganori a suicidarse sin que las causas fueran investigadas a fondo; sus propiedades fueron confiscadas y sus vasallos privados de sus medios de vida. Los samuráis a su servicio, sin amo, pasaron a convertirse en rốnin y vagaron desvalidos pero con el secreto propósito de vengar a su señor. En una fría noche de diciembre de 1702, los 47 leales asaltaron la residencia de Kira Yoshinaka, causante de la muerte de su señor, lo mataron y llevaron su cabeza a la tumba de su amo en el templo de Sengaku. La fama y las alabanzas de esta proeza se convirtió en leyenda, quedando demostrado el tratamiento incorrecto que había recibido el señor Asano, aunque sus vasallos fueron condenados y obligados a hacerse el harakiri (es decir, el suicidio ritual), y fue así como siguieron a su señor a la tumba, prevaleciendo ese espíritu samurái sobre cualquier derecho legal.


El acero y la seda

Es una colección de cuatro cuentos, acerca de la ofensa y la venganza, el honor y el coraje, pero sobre todo sobre la crueldad del destino que José Abad (Granada, 1967) publica en la siempre interesante y minoritario editorial granadina Traspiés, en su colección de “Vagamundos. Libros ilustrados”, con dibujos, en esta ocasión, de José Ruanco, granadino de Valderrubio. Abad es, autor, además, de las novelas Nunca apuestes con el diablo (2000) y El abrazo de las sombras (2002), y el libro de relatos King Kong y yo (2006)
“Holocausto”, “Kagemusha”, “El vuelo incierto de la libélula, el vuelo inquieto del gorrión” y “Un cerezo en flor y un charco de sangre” son las cuatro historias que se recrean en el marco de un Japón milenario y que, como reza en la contraportada, son excelentes fábulas que como el filo de una katana, dejan un profundo tajo.
Abad ha seguido fiel a aquellos asuntos que motivaron toda una tradición japonesa y el mundo del samurái que frente a las rivalidades entre clanes que propiciaran ofensas y venganzas, prevalecía el honor siempre en sus actuaciones.
Los textos de José Abad ofrecen la impresión de estar escritos en ese estado puro que se le supone al cuento, dejan la sensación de estar leyendo una historia que nuestra memoria recordará más allá de ese final, y con sutileza convierte a los personajes y a sus acciones en un inquebrante disfrute más allá del proceso lector. Lo lírico y mágico, el valor y la tristeza cubren las paginas de El acero y la seda, marca que nos deja esa huella que con toda sutileza nos proporciona la buena literatura.
El primero, “Holocausto” recrea el clima de esas leyendas japonesas donde honor y justicia se convierten en el tema elegido, un relato sobre la enemistad entre los clanes Azuma y Kasuga, una historia que bien puede servir de símil en la actualidad y que contada por Yasunari Eguchi tiende un puente entre pasado y presente para justificar un sacrificio, pero sobre todo para unir los caminos del lector con el escritor. En “Kagemusha” se recrea una implacable persecución, perfectamente descrita, rodeada de un paisaje que se traduce en constante tensión, que abunda en sombras sobre las que Abad recrea las actuaciones de sus protagonistas, y les lleva a un auténtico desafío, y somete al lector a una vertiginosa lectura que no decae hasta el final del relato y convierte lo narrado en una excelente versión casi cinematográfica del mejor John Ford. El tercero es el más extenso, y sin duda el más ambicioso, “El vuelo incierto de la libélula, el vuelo inquieto del gorrión”, una vez más, el desafío entre los clanes Minamoto y Taira y el amor entre el señor Matsubara y su esposa, a quien un día golpea una ráfaga de viento y la sume en una extraña enfermedad; es entonces cuando sueña con libélulas y gorriones que le descubren retazos del futuro: la visión de una cabaña junto a un riachuelo y una niña recién nacida, y así se convierte en una hermosa parábola sobre el amor. Quizá, de todos lo relatos, sea el más emblemático, el que mejor recrea esa sutil destreza por lo mágico e inexplicable, o por la sabiduría milenaria nipona. Y en el cuarto, el samurái Senbei, junto a su discípulo, ordena sus pensamientos, antes de batirse en duelo con su rival Fukasaku y para ello vuelve a la memoria y a su amor por la poesía antes de caer abatido bajo la sombra de un cerezo en flor.
La historia milenaria de los samuráis es tan diversa como compleja, sus raíces se pierden en el no menos complejo entramado político, militar y latifundista del Japón de la Edad Media, y pese a todo prevalece el código del honor y del valor que se les atribuyen, y los cuentos del granadino Abad contribuyen a un mayor conocimiento, por el marco de su ambientación, los temas elegidos, y la descripción de sus personajes, así como la firmeza de sus actitudes vitales que muestran cuantos códigos caracterizaban y prevalecían en tan insignes guerreros.
El volumen contiene las excelentes ilustraciones de José Ruanco.












José Abad; El acero y la seda; ilustr., de José Ruanco; Granada, Traspiés, 2015; 96 págs. Col. Vagamundos. Libros Ilustrados.