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lunes, 24 de octubre de 2016

Desayuno con diamantes, 84



ZELDA Y SCOTT FITZGERALD AL OTRO LADO DEL PARAÍSO

       Considerada la pareja perfecta de la «era del jazz», Zelda Sayre y Francis Scott Fitzgerald, rebosaron talento y hermosura, ambición y proyectos, y encarnaron el sueño americano de riqueza y felicidad. El libro Zelda y Francis Scott Fitgerald, de Kyra Stromberg que acaba de editar Muchnik (2001), recoge la relación que vivieron ambos, una historia de amor que al final se convirtió en un infierno.


       Lo curioso de esta historia real entre Scott Fitzgerald y Zelda Sayre es que ambos la vivieron como si de una novela se tratase, una relación en la que los protagonistas se convierten en modelo y retrato al mismo tiempo de toda una época, producto de su propia invención. Y estas vivencias en medio de una «nueva literatura» que no sólo llevó a cabo el propio Fitzgerald en sus novelas y relatos, sino toda una generación de escritores de los años veinte. La atracción que ejerció esta pareja sobre sus contemporáneos fue realmente increíble. Muy pronto fueron reconocidos en los personajes inventados de sus primeras novelas y relatos,  se imitó su forma de hablar, actuar, pensar y comportarse. Era la época de la provocación, de la publicación de las vidas privadas, la época del coche, el teléfono, el cine y el avión comercial, del éxito, de la fama, y de la riqueza inmediata. Esta actitud se convirtió muy pronto en una arrogancia peligrosa, pero el resultado para los Fitzgerald no fue malo del todo: Scott dejó el legado de cinco grandes novelas y una buena cantidad de relatos repartidos por revistas y periódicos de la época, además de varias colecciones, textos de ensayos y una abundantísima correspondencia. El éxito le proporcionó todo tipo de satisfacciones, aunque al final de los veinte la crítica vapuleó algunas de sus obras, los treinta estuvieron marcados por su declive personal para caer en el olvido tras su temprana muerte en 1940. Desde los años 60 y 70 su biografía y su obra han sido redescubiertas para el gran público. Zelda, la joven flapper, musa de vivencias y de sus textos, imprescindible en la relación de ambos, se convirtió, pese a todo, en un personaje secundario, vista como una relación subordinada al gran escritor. Escribió durante toda su vida una única novela, una docena de relatos, una obra de teatro, una serie de artículos y reseñas críticas, además de mantener una correspondencia con Scott. «Me he casado con la heroína de una mis novelas», llegó a declarar el escritor refiriéndose a la figura de la flapper, el estereotipo de mujer moderna y atrevida que vio en Zelda y que él inventó para su literatura. Realidad y ficción se mezclaron en la vida de esta singular mujer que tras muchos años de permanecer a la sombra de su marido, ha visto como su propia existencia era revalorizada en los años setenta, sobre todo, a raíz de los trabajos y testimonios de Sara Mayfield, Nancy Milford (1970) y Broccoli y Kerr (1974).


Los personajes
       Francis Scott Fitzgerald, de familia refinada y cosmopolita, había nacido en septiembre de 1896 en el estado de Minnesota. Ingresó en la universidad de Princeton y aunque no fue un modelo universitario si llamó la atención por sus primeras colaboraciones literarias; la entrada de Estados Unidos en la primera guerra mundial provocó el alistamiento del joven Scott. Durante su formación militar empezó a trabajar en lo que sería su primera obra, el retrato del autor y de su generación. Disfrutó de grandes éxitos desde la publicación de su primera novela: A este lado del paraíso (1920), a la que siguieron Hermosos y malditos (1922), El gran Gatsby (1925), su éxito más sonado de crítica. Eliot la calificó como «el primer paso que ha dado la ficción americana desde Henry James». Su siguiente obra Tierna es la noche (1934) inició una decadencia que acusaría el escritor a lo largo de toda la década y cuando en 1940, algo repuesto, se propuso terminar El último magnate murió dejando la obra inacabada. Su amigo Edmund Wilson la editaría un año más tarde. Zelda Sayre nació en el estado de Alabama, concretamente en Montgomery, una ciudad de tradición y buen gusto. Tenía gran facilidad para expresarse, dibujaba y pintaba. Dedicó buena parte de su adolescencia al ballet, pero a los diecisiete años lo abandonó completamente. La joven empezaba a cumplir el tradicional papel de belle indolente, conforme a los ideales del viejo sur. Los amigos que la trataron durante estos años y más tarde en Nueva York la retratan como una persona de mente clara, de rápida capacidad de reacción, perspicaz, de gusto por la fantasía, incluso por todo lo fantástico. Publicó Resérvame el vals en 1932, un relato autobiográfico que ofrecía el otro lado de la novela americana. La vida de una chica americana del profundo Sur antes de la Primera Guerra Mundial, alguien que más tarde, en los años veinte, queda expuesta, a causa del extraordinario éxito de su marido, a una vida ostentosa e inestable en ciudades como Nueva York, París o la Riviera francesa. Cuando apareció la crítica vio en ella la obra de una nueva autora. Escribió, además, algunos cuentos, la obra de teatro Scandalabra numerosas críticas y artículos de periódico, y una abultada correspondencia con su marido Scott, sobre todo del tiempo que duró su noviazgo.


















El encuentro
    Zeda Sayre y Scott Fitzgerald se encontraron, por primera vez, una noche de verano de 1918. Las jovencitas sureñas se divertían en las noches de baile, y en un sentido más amplio, con los apuestos jóvenes oficiales que estaban acuartelados en el cercano campamento Sheridan. Los biógrafos de ambos describen este encuentro como si del texto de solapa de una novela rosa se tratara. Ella representaba un estilo de vida sureño que no deseaba más que vivir en la abundancia, ser bella y admirada, centro de atención de una vida social de continuas excitaciones. Él, un joven excepcionalmente dotado, egocéntrico y ambicioso que, por encima de todo, deseaba alcanzar la fama y la riqueza a través de la literatura. ¿Cómo llegaron a conciliarse las exigencias y esperanzas antagónicas de la futura pareja—se pregunta Kyra Stromberg en esta apasionante mirada crítica sobre la vida de ambos? Scott debía alcanzar su meta lo más rápidamente posible; Zelda debía oficiar de musa y modelo, una fuente inagotable de inspiración, asegurándole al escritor la tranquilidad y el estimulo necesarios para trabajar incansablemente, cediéndole ideas y pensamientos, además de sus cartas y diarios; a cambio, él le ofrecería una vida extraordinaria, llena de clímax, alejada de una rutina cotidiana. Para ambos el proyecto de vida en el que se embarcaban les parecía coherente y realista. El 30 de marzo de 1920 Scott envió un telegrama a Zelda en el que le hablaba de la conveniencia de casarse ese mismo sábado al mediodía. La joven sureña abandonó por primera el sur acompañada de su hermana. La boda, efectivamente, se llevó acabo el día previsto ante un reducido número de invitados. El 7 de abril, el periódico local Montgomery Advertiser trataba de darle brillo social al evento: «La señorita Zelda Sayre, la encantadora hija del juez A.D. Sayre y señora, de Montgomery, y Francis Scott Fitzgerald, hijo de Edward Fitzgerald y señora, de Minnesota, contrajeron matrimonio en la sacristía de la catedral de St. Patrick´s el sábado a mediodía. La boda ha sido el feliz desenlace de un noviazgo que se inició cuando el teniente Fitzgerald se encontraba estacionado en la Novena División en Camp Sheridan».  A partir de aquí empieza la leyenda, el mito del sueño americano de riqueza y felicidad.

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