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lunes, 12 de diciembre de 2016

Desayuno con diamantes, 91



Camilo José Cela, un autor carpetovetónico
     Fue un escritor único. Estilista, burlón y polémico como pocos, funció su vida y su obra literaria, que permanece fresca y vigente.

 
       Camilo José Cela ha sido una de las figuras imprescindibles de las letras españolas del pasado siglo XX, y uno de sus escritores más prolíficos: novela, cuentos, fábulas, memorias, poesía, teatro, libros de viajes, artículos, apuntes carpetovetónicos, tratados lexicográficos y adaptaciones de obras y traducciones, completan su legado. El hispanista Antonio Vilanova consideraba a “Camilo José Cela el creador del nuevo realismo español, fruto de una reacción paródica y burlesca contra la falta de sentido de la realidad de la literatura altisonante y jactanciosa del momento vivido por la Generación del 36. (…) Carente, en sus inicios, de verdadero alcance y significación sociológicos (…) posteriormente, su visión esencialmente pesimista y negativa de la existencia española dará paso a una preocupación humana y social que señala el comienzo de una nueva época en la novela española de posguerra”.
              
Biografía
       Camilo José Cela Trulock nació en Iria Flavia, Padrón, A Coruña, el 11 de mayo de 1916, no consiguió terminar ninguna de las tres carreras universitarias emprendidas: Derecho, Medicina y Filosofía y Letras. Fue torero, soldado, poeta, periodista, funcionario, viajero incansable, consiguió dedicarse a su vocación nacida con sus primeros versos y un libro de poemas que publicó en 1936: Pisando la dudosa luz del día, texto al que nadie hizo caso, hasta que tras la guerra se dedicara a la narrativa e irrumpiera con un libro que le depararía toda clase de suerte y fortuna: La familia de Pascual Duarte (1942) que, junto a Nada (1945) de Carmen Laforet, inauguraba una nueva etapa en la novela española. Desde entonces se dedica a escribir y a viajar, durante el verano del 46 recorre La Alcarria, experiencia que publicará: Viaje a La Alcarria y El cancionero de la Alcarria, 1948. Mientras prepara su versión definitiva de La Colmena que aparecerá en 1951, en Buenos Aires. La censura española prohíbe la novela y es expulsado de la Asociación de la Prensa. Viaja por Chile y Argentina, medita sobre la posibilidad de permanecer en este último país donde su obra es bien acogida. En 1953 una nueva obra sorprende por el lirismo de sus páginas, Mrs. Caldwell habla con su hijo. Viaja de nuevo por América y en Caracas se le propone escribir una novela de tema venezolano. A su vuelta a España fija su residencia en Palma de Mallorca, será en 1954, y La Catira aparece 1955. Un año después comienza a publicar Papeles de Son Armadans, una singular revista independiente que acogerá a los principales autores del país y del exilio, poetas y novelistas, pintores e ilustradores, filósofos y  pensadores en libertad, hasta que en 1979 desapareció, tras veintitrés años al servicio de la cultura española. El 26 de mayo de 1957 ingresa en la Real Academia Española con un discurso sobre la obra literaria del pintor Solana. En la década de los 60 su actividad se multiplica con nuevas publicaciones: libros de cuentos, ensayos y memorias. Nuevas entregas de viajes: Viaje al Pirineo de Lérida (1965), Madrid (1965), Vagabundo por Castilla (1965) y Páginas de geografía errabunda (1965), nuevos viajes por estados Unidos que darán fruto a Viaje a U.S.A (1967). Entre 1968 y 1971 publica su Diccionario Secreto y algunas de sus obras fundamentales, San Camilo, 1936 (1969), Oficio de tinieblas, 5 (1973), Mazurca para dos muertos (1983).
       Durante los días 5 al 14 de junio de 1985, Cela se embarca en un Nuevo viaje a la Alcarria (1986), ahora en un lujoso Rolls-Royce. Esta aventura se convierte en otro libro lírico, emotivo, de una sencillez impresionante que cala, como la anterior, en el corazón, por su prosa sencilla en apariencia, anotada en el camino, trascrito en el orden en que se realizó el viaje. Aparece Cristo versus Arizona (1988), y año más tarde, tras la concesión del Nobel, se suceden los homenajes a su persona y a su obra. La cruz de San Andrés fue Premio Planeta en 1994, y en 1999 publicó su novela sobre la Galicia marinera titularía Madera de boj.



La forja de un escritor
       Adolfo Sotelo Vázquez afirma que el universo de donde proceden los artículos del volumen La forja de un escritor (Fundación Banco Santander, 2016), “alumbra la obra creativa de Cela, a la par que contiene semillas de lo que el maestro Darío Villanueva llamó el otro Cela, es decir, el filólogo, geógrafo, pensador del oficio literario e incansable editor de revistas”. La edición divide los artículos publicados por Cela entre 1943 y 1952, “Experiencias vitales”, que formarían parte de su posterior libro de memorias, La rosa “El escritor y la escritura”, reflexiones de una madurez publicadas originariamente en Papeles de Son Armadans y muestra su preocupación por la responsabilidad social del escritor; “se trata, como afirma Sotelo Vázquez, de una ética-estética de los años en que se anda fraguando su personalidad y su obra; y un tercer y último apartado, “La pintura y otras artes”, se concreta en su acercamiento a una vocación no cumplida, al talento del joven Cela para definir la naturaleza de la producción de una docena de pintores y para adelantar una de las líneas maestras de Papeles de Son Armadans, su interdisciplinariedad, porque a lo largo de los años, Papeles, dedicó extraordinarios a Picasso, Miró, Tápies, Solana, o el grupo El Paso.
       Lo curioso de esta selección, esa imagen que Cela ya entonces proyectaba y que con los años lo confirmarían como el más importante escritor del siglo XX, cuando allá por 1957 ya afirmaba, “Nadie sabe —nadie supo jamás—si es bueno o malo esto de detenerse, volver la vista y reparar, medio nostálgica y medio resignadamente, el calendario del tiempo que hemos ido quemando”. 

De La familia de Pascual Duarte a La Colmena
       A punto de cumplirse sesenta y cinco años de la publicación de La familia de Pascual Duarte sería justo separar los valores ocasionales que la novela pudo contener en la época, de esos transitorios que pudieran verse como más auténticos y duraderos. Importante que la novela arrancase de una acción bronca, repleta de violencia y desgarro, o empleara un lenguaje crudo que sonó entonces ensordecedor porque hablaba de unas realidades que no podían nombrarse. La crítica acuñó pronto el término de «tremendismo» para calificar la novela, un hecho que tuvo admiradores y detractores que se dieron cuenta como Cela tan sólo había reinventado el término que había aparecido en la literatura española de entreguerras. En la novela se muestra esa rara habilidad del autor para describir la realidad humana, la escenografía violenta de una sociedad que ha caracterizado a buena parte de su obra. Sus siguientes obras, Pabellón de reposo (1943), describe la tremenda aventura de morirse, Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes (1944), resucita la actualidad de un género, hasta llegar a La Colmena (1951), una obra sinfónica, sin protagonistas ni personajes destacados, todos forman un conjunto. La novela refleja el panorama de la vida española que se concreta en el Madrid de los primeros años de posguerra y contiene, por este motivo, una ambición desmesurada. La Colmena sabe a poco una vez leída, ninguno de sus personajes tiene entidad como para que los lectores podamos intimar con él: son bocetos, siluetas sugerentes que se cargan de vida a medida que avanzamos en sus páginas, algo que el autor manifiestamente no se propuso desarrollar puesto que, como si de una auténtica colmena se tratara, Cela tan solo muestra el esquema.

De San Camilo, 1936 a Oficio de tinieblas, 5
       Cuando aparece San Camilo, 1936, en 1969, la crítica ya había hablado del costumbrismo de Cela, incluso del fragmentarismo de algunas obras publicadas en la misma década, Gavilla de fábulas sin amor (1962), Toreo de salón (1963), Once cuentos de fútbol (1963), Izas, rabizas y colipoterras (1964), pero sobre todo en esta novela el escritor se enfrenta al joven que celebra su onomástica precisamente la víspera de 1936 y, en realidad, está haciendo el relato de toda una generación en beneficio de otras muchas posteriores. En 1973 apareció Oficio de tinieblas, 5, en realidad, una obra compuesta de 1.194 párrafos sin punto alguno, de diverso contenido y estructura. Cela retrata la muerte, una muerte domesticada que se adentra en el ánimo de las personas con toda naturalidad, y lleva a pensar en ella como si de un espectáculo de autocomplacencia se tratara. Es, por consiguiente, una visión escatológica en el sentido cristiano del término y de ese otro sentido de la ultratumba, conceptos lo suficientemente ensayados como para poder ofrecer una resignación total. «Una purga del corazón», señaló el propio Cela ante ese juicio final por cuyo tribunal pasan todas las miserias de este mundo.           

De Mazurca para dos muertos a Madera de boj    
       Tras una década de silencio narrativo, Mazurca para dos muertos (1983) reavivó el panorama literario en torno a la figura del escritor gallego, porque con esta nueva novela la lengua castellano-galaica alcanza las cotas más altas del idioma español. De nuevo Cela salpica su obra de barbarie, violencia física, sexualidad y muerte. El escenario el medio rural, concretado en los límites de las provincias de Orense, Pontevedra y Lugo con frecuentes incursiones en A Coruña y como telón de fondo, la violencia que recuerda a su primera obra La familia de Pascual Duarte. Sobresale en Mazurca el virtuosismo léxico y sintáctico, mezcla que se acopla para dar el tono a una narración que precisa impulsos significativos y brillantes. A lo largo de sus páginas desfilan los fantasmas familiares de muchos de los españoles del pasado, quizá porque en realidad el escritor retrata la envidia, la rivalidad, la mezquindad que se convierte en el odio que termina por destruir la especie humana. Tal vez Cristo versus Arizona (1988) sea una novela de más difícil clasificación que las anteriores, quizá por el espacio elegido por el escritor: el duelo en el OK Corral, entre los años 1880 y 1920, cuarenta años en la vida del lejano Oeste americano, con alusiones que no resultan familiares. La cruz de San Andrés, obtenía en 1994 el Premio Planeta, y esta nueva novela cuenta la historia del suicidio colectivo de toda una secta. Y la esperada Madera de boj, en 1999, el testamento literario del autor desaparecido y que, de alguna manera, cierra su trilogía de Galicia. Sacristanes, hombres lobo, alucinados, pescadores de sardinas y cazadores de ballenas, sordomudos, suicidas, curanderas, fornicadores, sirenas, y vírgenes, en realidad toda una galería de vidas y de andanzas que se desenvuelven en un ir y venir por los territorios de lo que se conoce como el fin del mundo, es decir, el Finis Terrae, que se localiza en la Costa de la Muerte gallega, un lugar que da fe por los numerosos naufragios ocurridos durante los últimos cien años.


Adiós al gallego y su cuadrilla
       Tal vez nadie como Camilo José Cela supo instalarse entre las páginas de sus libros como el mejor de los personajes, nadie supo ingresar desde un aspecto tan carpetovetónico en la Academia, ajustar la lengua desde su escaño de Senador por designación Real, salpicar nuestro idioma de diversas enciclopedias y contribuir a la expansión de nuestra lengua por el mundo. Cela proporciona esa estela que dejan los grandes hombres cuando lo son y ahora, que ha dejado de ocasionar no pocas polémicas, a los estudiosos de la literatura y a los lectores, en definitiva, nos corresponde calibrar su amplio legado literario. Los nombres de la narrativa contemporánea están vinculados a la obra de este gallego universal cuya provocación y genialidad queda patente. A Cela se le ha admirado tanto por su carácter como por su literatura; se lee a Cela o se le rechaza y se hace por unos sentimientos encontrados, o tal vez más que por unos razonamientos, sean estos verdaderos o falsos. La muerte siempre nos sorprende, la muerte de un escritor lo convierte en un ser inmortal. La historia de la literatura española está plagada de nombres inmortales, de quienes traspasan la barrera de lo esencialmente físico para, a través, de su obra  convertirse en clásicos sobre los que siempre se vuelve. La historia de la literatura es ingrata y olvida e ignora a sus más genuinos representantes. La muerte de Camilo José Cela el 17 de enero de 2002 no fue una muerte anunciada porque desde algunos años antes se había convertido es un escritor inmortal. Su adiós fue la constatación de que su obra pertenece a la Historia de la Literatura, esa que se escribe con mayúscula, otra cosa será su vida y cuanto se cuenta de ella, su discutida biografía, sus polémicas declaraciones y actuaciones en prensa y televisión, sus improvisadas actuaciones y manifestaciones en contra de esto o aquello. El premio Príncipe de Asturias en 1987, la concesión del Nobel en 1989 y, definitivamente, el Cervantes en 1995, lo consagraron como el escritor español vivo más representativo del siglo XX. Su narrativa cubre ampliamente el panorama novelístico de los últimos cien años, tras una dolorosa guerra civil y el panorama desolador de los 40 y 50. Cela se convertiría con el paso de los años en la autoafirmación de la literatura en su sentido más literal. Setenta años de ejercicio avalan toda una vida dedicada al noble arte de hilvanar las letras, quizá por eso nunca ha parecido extraño que en los escaparates de las librerías casi siempre apareciera algún que otro libro del novelista gallego, ya fuera reedición o novedad. Desde siempre se ocupó de fabricar una identidad, característica propia conque siempre trató de fundir los términos de literatura y vida en un sólo concepto que desembocaría, con el paso de los años, en un costumbrismo tan variado y rico, tan característico de la producción celiana.


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