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domingo, 30 de julio de 2017

Hoy tomo café con…



Salvador Compán
“En explorar la espalda de lo cotidiano, reside la razón de ser de la literatura”. 


       Salvador Compán (Úbeda, Jaén, 1949), se licenció en Filología Románica por la Universidad de Granada. Reside en Sevilla. Su actividad profesional y vital ha girado en torno a la literatura, tanto en sus aspectos creativos como teóricos. Ha obtenido varios premios de narrativa breve y publicado las novelas: El Guadalquivir no llega hasta el mar (1990), Premio Ciudad de Jaén; Madrugada (1995), Premio Gabriel y Galán; y Un trozo de Jardín (1999), Premio Ciudad de Badajoz y Premio Andalucía de la Crítica; Cuaderno de viaje (2000), Tras la mirada (2003), Palabras insensatas que tú comprenderás (2012), y la colección de cuentos, Cuídate de los poemas de amor (2007). Acaba de aparecer, El hoy es malo, pero el mañana es mío (Espasa, 2017), una historia ambientada en Daza, Jaén, a comienzos de los 60, y cuyo protagoniza, Pablo, empieza a conocer el mundo de sus mayores, poblado de secretos y de culpas que se suceden en la rutina de la vida provinciana, incluido un romance adúltero, hasta que todo desemboca en insólitos actos de violencia o de rencor cuyo detonante debe buscarse tres décadas atrás, al final de la Guerra Civil en 1939.


Déjeme preguntarle, ¿todo nuevo proyecto supone una búsqueda?
       Me parece que, si no hay búsqueda, solo puede haber calcos o repeticiones, como si el escritor se limitara a recibir la herencia de lo ya escrito para vallarlo y mantenerlo sin malas hierbas. Pero entiendo que la herencia literaria no solo hay que conservarla sino que se debe procurar aumentar el territorio recibido. Al menos, intentarlo. No conformarse, luchar por ensanchar las lindes. Ese es mi reto en cada novela. En consecuencia, suelo definir mi modo de entender la creación literaria con esta frase: escribir es descubrir.

¿Quizá, por eso, intenta usted un auténtico viaje interior que busca una identidad en El hoy es malo, pero el mañana es mío (2017)?
       Sí. Hay que procurar internarse debajo de la apariencia de las personas y las cosas. Pienso que ahí, en explorar la espalda de lo cotidiano, reside la razón de ser de la literatura.  Vidal Lamarca, el pintor que protagoniza la novela, parte de una máxima que comparto y aplico a mi concepción de la novela. Es esta: pintar es parecido a arar porque, para hacerlo, hay que levantar la tierra hasta que nos enseñe sus raíces. 

El mundo del diseño o la pintura están muy presentes en su obra narrativa, ¿es otra de sus obsesiones?
       Más que una obsesión es una tendencia personal, una afición. Me gusta dibujar y pintar, y lo hago con placer cuando puedo. En el caso de El hoy es malo, pero el mañana es mío, he querido darle a la pintura una función humanizadora. Vidal, el protagonista, encuentra en la pintura lo mejor de sí, el polo noble que completa a su persona distanciándolo de su lado abyecto, de ese hombre vencido que renuncia a ideales e ideas para sobrevivir en el magma corrupto de la posguerra.

Sus espacios geográficos se localizan en Andalucía, ¿es una necesidad vivida o un deseo de  homenaje a la tierra chica?
       Quizá ambas cosas. Necesito que mis personajes pisen espacios que conozco para dar al relato un plus de credibilidad. Pero, si el espacio se come a la novela, malo para la novela. Estaríamos entonces en el mero costumbrismo. Procuro que los personajes sean muy superiores al espacio, que lo trasciendan, que su entidad sea universal, trasladable a cualquier ámbito.

¿No le importa, entonces, que sean identificables, Úbeda-Baeza, la costa de Almería, o Baena?
       No. Andalucía es un espléndido territorio literario. Y me gusta sacar a esa Andalucía de la estampa donde la han encerrado las simplificaciones castizas, darle la realidad y la complejidad que tiene y que le han robado los tópicos. 



Hablemos de su séptima novela ¿es quizá un proyecto más ambicioso por la envergadura?
       Siempre, para mí, el último proyecto es el más ambicioso. La novela es un viaje de espeleólogos que integra todo lo que necesita para llegar más hondo.

Se lo pregunto por la densidad de la historia y la continua reflexión sobre ese pasado que no acaba de cerrar esas heridas que parece aún quedan abiertas.
       En la novela hay dos líneas que se trenzan: una historia de aprendizaje de adolescentes que buscan, entre la anemia cultural de los años sesenta, herramientas para vivir; y otra que nos cuenta la larga convalecencia de un “topo” (en este caso, un “topo” al aire libre) de las heridas morales que le ha infligido la Guerra Civil. El poder transformador del amor será como una mano que suture las heridas y vaya sanando a ese convaleciente.

¿Es verdad que en una novela como El hoy es malo… el tiempo no se deja leer del todo?
       Pienso que el tiempo, cuando se trata de momentos críticos o intensos, tiende a condensarse y desarrollar estratos. El pasado atormentado del protagonista, el amor adolescente roto por la guerra, y esa viva incertidumbre que siente que lo espera le hacen decir que el tiempo no se deja leer del todo. De hecho el lector no “leerá” el tiempo de mi novela, sus sucesivos estratos, hasta llegar a la última página.

El detalle de la descripción de la novela gráfica que dibuja Vidal Lamarca a lo largo de su historia es un relato paralelo, ¿hay una secreta intención con ese propósito?
       El protagonista, Vidal Lamarca, dibuja su vida en un cómic. Lo hace en un momento en el que va a iniciar una relación amorosa y quiere saldar las cuentas con su pasado para asumir con determinación su presente. La novela autobiográfica de Vidal la utilizará el narrador, el adolescente Pablo Suances, alumno de dibujo del protagonista, para convertirla en material narrativo. Esa novela gráfica ensancha la historia escrita, es un relato paralelo como dice, con la salvedad de que las viñetas del cómic actúan como una lupa que se pone sobre los hechos para subrayarlos. En las seis viñetas del cómic de Vidal que se incluyen en esta edición, incluida la portada, se funden la autobiografía, es decir, los dibujos de Vidal, con la biografía de él contada por el narrador que utilizará el cómic para completar su relato.

Los personajes Lanza y Lamarca simbolizan esas dos Españas reconocidas históricamente desde siempre, ¿existieron realmente ambos arquetipos?
       Existieron, esencialmente, vencedores y vencidos. Pero Lanza es un vencedor con perfiles propios, dotado de una personalidad casi bipolar. Y Vidal es un vencido que carece de ese halo romántico con el que el cine negro ha adornado a los perdedores. Vidal sobrevive con las nada heroicas armas de la hipocresía, del silencio y de la simulación sistemática. Se esfuerza en mimetizarse con su medio para convertirse en un asimilado a la nueva España. Salvará el pellejo pero hará ese camino volviendo del revés su personaje. Desde joven anarquista utópico pasará a ser una careta bajo la cual solo hay un hombre emboscado. Pero, ya lo dijimos, el tiempo no se deja leer del todo. Y la historia avanzará hacia su imprevisto desenlace.

En la novela se contabilizan muchos de los tabúes de la época, religión y sexo, el miedo o la represión en general, ¿son sus propios vetos de los que ya puede hablar?
       La novela se centra en los años sesenta. Yo viví esa época cuando era adolescente y padecí aquellos años escasos en casi todo donde hasta las palabras estaban desvirtuadas y todo lo placentero se asociaba con el sufrimiento y el castigo.

Los adolescentes, como el propio narrador, Pablo Suances, ¿fueron auténticos desvalidos?
       Su desvalimiento venía del poder de la dictadura que impuso una nueva Contrarreforma. Todo quedó encerrado en la urna enrarecida del nacionalcatolicismo, cualquier aspecto de la vida, desde las costumbres a las ideas, desde la enseñanza a los sentimientos. Pensamiento único, moral única, lecturas únicas. Hasta los besos del cine los recortaba la censura. Cualquier espacio de libertad había que conquistarlo como una esforzada batalla personal. Ese espacio de libertad, ganada a pulso, es lo que representa Rosa Teba, una mujer que acabará  adueñándose de toda la novela.

Los personajes reales se multiplican, Zabaleta, Hernández, Vallejo y, por supuesto, la sombra alargada de Machado, ¿pasión propia por estos nombres, o un intento de constatar las miserias humanas?
       Son personas que apuntalan el relato. Hitos de nuestra cultura que actúan en mi novela como faros o brújulas en aquellos tiempos raquíticos. César Vallejo da sentido al relato desde la cita del poema que abre la novela. Zabaleta refuerza el tema del poder humanizador de la pintura. Machado flota en mi historia desde esos versos suyos que tomé para el título. 



El guiño final, sin desvelarlo, con que terminan su relación Lamarca y Lanza, ¿es un intento de reconciliación después de tantos años y de tanto sufrimiento?
       No desvelemos el final. Baste decir que tanto Lamarca como Lanza evolucionan porque están sacudidos por su entorno. Son personajes, como nosotros mismos, que viven entre los otros. Y todo lo que bulle a nuestro alrededor es siempre algo que nos condiciona y, a veces, tira de nosotros a donde nunca habíamos pensado ir.


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