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domingo, 3 de septiembre de 2017

Hoy tomo café con…



Juan Jacinto Muñoz Rengel

       El gran imaginador (2016) es su última novela publicada y asegura que “seguirá buscando aún esa gran obra, la gran obra a la que todos aspiramos, como un horizonte imposible de alcanzar pero que incita al movimiento”.


       Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974) es autor de las novelas El asesino hipocondríaco (Plaza & Janés, 2012) y El sueño del otro (Plaza & Janés, 2013) y, de la colección de microrrelatos El libro de los pequeños milagros (Páginas de Espuma, 2013), de los libros de relatos De mecánica y alquimia (Salto de Página, 2009), Premio Ignotus al mejor libro de cuentos del año, y 88 Mill Lane (2006). Ha coordinado y prologado las antologías de narrativa breve La realidad quebradiza (Páginas de Espuma, 2012), Perturbaciones (Salto de Página, 2009) y Ficción Sur (Traspiés, 2008). Ha sido incluido en las tres antologías de referencia de su generación: Cuento español actual (Editorial Cátedra, 2014), Pequeñas Resistencias (Páginas de Espuma, 2010) y Siglo XXI (Menoscuarto, 2010). Traducido al inglés, al francés, al italiano, al griego y al ruso, ha publicado recientemente, El gran imaginador (Plaza & Janés, 2016), que ha obtenido el Premio a la Mejor Novela en castellano 2017 del Festival Celsius.

       ¿Está usted enfermo por derrochar tanta imaginación?
       Mi protagonista desde luego es un enfermo de imaginación, un enfermo de literatura. Creo que yo, al menos, comparto con él la enfermedad. Aunque poseer la imaginación de Nikolaos Popoulos es imposible: la suya no tiene límites, la suya es más grande que todo lo que hayamos conocido y que este propio universo, y es capaz de anticipar todos los futuribles y sus opuestos. Por otra parte, aunque hay autores que intentan economizar sus ideas, para mí derrochar no puede ser nunca poner negro sobre blanco una historia, derrochar la imaginación es dejar que se pierda o quedártela para ti.

       ¿La Historia puede convertirse en una aventura imaginaria?
       La Historia es una aventura imaginaria. Como todo lo que hace el hombre, su historia es ficcional, como la religión (que proyecta), la filosofía (que especula) o la ciencia (que funciona con hipótesis). La inteligencia humana no puede hacer otra cosa que utilizar la imaginación y la metáfora para relacionarse con el mundo.

       ¿Necesitamos buscarle esos recovecos a la historia con mayúscula?
       Por supuesto, en todo relato humano siempre conviven todo tipo de imperfecciones, desde la subjetividad a la falsificación. Por eso la historia, que por definición se escribe siempre después de los hechos, debe ser siempre una y otra vez revisada. Sobre todo cuando hay intereses políticos, religiosos o económicos en juego. Los Estados son muy dados a reescribir su historia. Esta fue la razón que me hizo interesarme por el siglo XVI, en los inicios de la modernidad y con el auge de la imprenta comienza el verdadero movimiento falsificador a gran escala.

       ¿Esta nueva novela, El gran imaginador (2016), es su deuda con el maestro Cervantes?
       El gran imaginador es muchas cosas. Pero, sin duda, en primer lugar es un homenaje al Quijote, que supuso el origen de la novela moderna. E incluso, diría, un intento de explicar —desde la imaginación— cómo fue posible que alguien como Cervantes escribiera algo tan adelantado a su época. Un intento de comprender cómo funcionan los mecanismos creativos del genio. Por eso, muchos pasajes de mi novela pueden leerse como precuelas del Quijote.

       Se lo pregunto porque, la imaginación de la novela parece la misma empleada por el autor de El Quijote, ¿es así?
       Esa era la intención, desde luego. Cervantes consigue aunar en su obra maestra toda clase de géneros, desde las aventuras de caballería o la parodia hasta la novela pastoril, desde los relatos breves o los poemas hasta la metaficción. Y lo hace además con un enorme despliegue de imaginación fabulosa y de sentido del humor. Dos elementos que en la literatura española, tan dada a los complejos, parecen haber desaparecido. Cuando empecé a escribir El gran imaginador me planteé cuáles serían los géneros que fusionaría Cervantes hoy, e hice mi propia apuesta: las aventuras, sí, pero también la literatura fantástica, la ciencia ficción, la literatura de terror, el realismo mágico, la intertextualidad y el trasfondo histórico.



       La imagen que proyectan sus protagonistas, Popoulos y Phanerotis, ¿son tal vez una suerte de don Quijote y Sancho?
       Exacto. Dos amigos que se ven obligados a recorrer los Balcanes en busca de un desaparecido pelo de la barba de Mahoma, por orden del sultán Solimán el Magnífico. Aunque en mi novela se invierten sus figuras: Popoulos, que cabalga sobre la montura más alta y escuálida, es tan rechoncho que la desborda; y al flaco Phanerotis, sobre su mula, los pies le arrastran por el suelo.

       ¿El gran imaginador parte de una historia real con una buena dosis de imaginación?
       Hay muchas historias reales en la novela, sí. He intentado que todos los datos históricos estén ampliamente contrastados. Y también los pequeños detalles, desde el nombre de una calle en la Atenas otomana, el tejido de una prenda o una frase hecha, hasta la moneda que tanto cambiaba en ese momento apenas te desplazabas en una región. Sin embargo, al mismo tiempo, esta novela es un juego entre realidad y ficción. Una reflexión acerca de cómo tanto el autor como el lector contemporáneos deben entender la naturaleza y el funcionamiento de las ficciones.

       El humor, la magia y el encantamiento pueblan las páginas de esta novela, ¿qué reivindica usted, realmente?
       Reivindico algo muy sencillo: si todo el constructo humano de la realidad es ficción, si el mundo lo hemos construido nosotros a nuestra medida, ¿por qué no hacer que esta realidad humana y ficcional sea un poco más agradable para nosotros? ¿Por qué no hacerla menos rigurosa, dotarla de cierta magia, de cierto encanto, que nos permitan vivir con más alegría?

       ¿Qué le falta, según su opinión, a la narrativa contemporánea?
       Le falta justo eso: humor, fantasía y géneros de la imaginación. Es cierto que esta situación está cambiando a pasos agigantados. Pero a la literatura española le siguen faltando en gran medida estos componentes. La visión del crítico literario sigue siendo más rígida ante ciertos temas cuando la obra es española que cuando la firma un autor extranjero. Y necesitamos lograr cuanto antes una literatura realmente desprejuiciada.

       ¿Cómo se puede viajar con un mapa en la mano?
       Las paredes de mi dormitorio han estado llenas de mapas durante muchos años. Así que me sé de memoria todo lo que queda del lado oriental del Mediterráneo. Las islas griegas, el Monte Athos, Malta, Estambul, toda Rumelia, desde Albania o Serbia hasta la Croacia de los piratas uscoques, Valaquia, Transilvania o la alquímica Praga del gólem son solo algunos de los escenarios de la historia de Popoulos.

       ¿Admite usted algún tipo de deuda con Las mil y una noches?
       Claro que sí. Sobre todo porque El gran imaginador está escrita como un puente entre Oriente y Occidente. Como un reconocimiento a la deuda que tenemos con el Imperio Otomano, en particular, y con el mundo musulmán, en general, pese a que no nos guste admitirlo. Nuestra cultura y nuestro imaginario literario no serían los mismos sin esta influencia, y los cuentos de Las mil y una noches están sin duda presentes en todos nosotros.

       ¿Siguen existiendo escritores secretos?
       A patadas. Si algo se ha conseguido con la enorme producción de títulos, desde que el mercado se apropió del hecho literario, con la democratización de la literatura que permite publicar a todo el mundo, con las nuevas tecnologías en la era de la información, es que ahora todos seamos escritores secretos. Como todo el mundo escribe, nadie lee. Puedes escribir la barbaridad más extrema, revelar todos tus íntimos secretos, que estarán a salvo dentro de un libro. A nadie le importa lo que haya dentro de un libro.

       ¿Ha conseguido, finalmente, esa gran obra que planeaba escribir?
       He conseguido escribir todo lo que tenía planeado, lo he logrado encajar todo más allá incluso de lo que podía esperar. Sin embargo, seguiré buscando aún esa gran obra, la gran obra a la que todos aspiramos, como un horizonte imposible de alcanzar pero que incita al movimiento.

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