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lunes, 4 de septiembre de 2017

Ricardo Menéndez Salmón



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ANIQUILACIÓN
              
       Ricardo Menéndez Salmón cierra con El corrector (2009) una trilogía sobre el horror que había comenzado con La ofensa (2007), una novela que sorprendió, quizá sea lo mejor del autor, porque en ese texto se realizaba una reinterpretación acerca de hecatombes mundiales, proseguía con Derrumbe (2008), donde, desde una perspectiva distinta, se interrogaba sobre nuestros miedos, tanto los presentidos como los imaginarios, o sobre la crueldad, la violencia y el dolor, y así continuaba su ensayada visión sobre el concepto del mal. En esta ocasión concibe una historia en la que un implacable narrador, un yo consciente en todo momento, cuenta en primera persona, el presente vivido, el relato del horror vivido el 11 de marzo de 2004, los atentados terroristas cometidos en las estaciones de Atocha, Santa Eugenia y el Pozo del Tío Raimundo, de Madrid, pero más que una crónica se convierte, sobre todo, en un repaso de las suposiciones, medias verdades y mentiras que siguieron al suceso por parte de los políticos y autoridades españolas de la época.
       Vladimir se encuentra corrigiendo las galeradas de Los demonios, de Fedor Dostoievski, la mañana en que el primer tren saltó por los aires y un aluvión de sangre, cólera y miedo se expandía por el centro de Madrid, cuando Uribesalgo le comunica la noticia por teléfono: el primero, sorprendido, abre su ventana para que entre el mar en su estudio, el segundo continúa con su relato desde la capital del país. Nuevas llamadas se suceden en las siguientes páginas, en un angustioso avanzar en la jornada: la madre del narrador que se interesa por su seguridad y, sobre todo, llama Robayna, su mejor amigo, que desde hace cinco años vive en Madrid y se convierte en la mirada atenta en la distancia. Quizá esta, y no otra de la trilogía, sea la novela de mayor implicación de Menéndez Salmón con la sociedad, por esa tabla de salvación que le supone al asturiano el mundo de la literatura tanto cuando es capaz de realizar autorreferencias como cuando consigue crear una estética en torno al relato que está contando. Y aquí se reflexiona y se denuncia en torno a la monstruosidad y el sinsentido de algunos aspectos y actitudes de esta vida, aunque sintamos esa necesidad de corregirnos, de reescribir nuestra existencia precisamente, a través del amor y, como es habitual en la ficción, este sentimiento cobra la suficiente importancia para que en estas páginas se relacione el mundo privado de Zoe y de Vlad, desde el difícil punto de vista que conlleva la convivencia de los artistas.
       La vida como historia de esa crónica de sucesos con aires redentores que rememoran la mejor prosa del austríaco Bernhard y matizan, de alguna manera, nuestra esperanza para sobrevivir al dolor de las heridas, a todos los problemas con que nos aqueja el mal, a esa especie de sortilegio que convierte en tinieblas nuestros corazones aunque con la esperanza de sobrevivir a cualquier aniquilación.
                                  





EL CORRECTOR
Ricardo Menéndez Salmón
Barcelona, Seix-Barral, 2009


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