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lunes, 20 de noviembre de 2017

Desayuno con diamantes, 125



UNA GRAN OBRA TRUNCADA
La memoria de Irène Némirovsky

          
        Cuando en su más tierna adolescencia, Irène Némirovsky (Kiev, 1903- Auschwitz, 1942), empezaba a balbucear sus primeros textos literarios adoptó, como forma de escritura, un método inspirado en Turgueniev, uno de sus maestros más celebrados; es decir, asumió esa actitud que lleva a un escritor a comenzar una novela y, paralelamente, anotar algunas de las reflexiones que el texto le van inspirando, sin suprimir ni tachar anotación alguna a lo largo de todo el proceso de escritura. A medida que avanza el autor conoce, perfectamente, todos los personajes creados, incluidos los secundarios. El estilo surge así como la única identificación posible en toda la producción del escritor, tal es el caso de las primeras novelas publicadas por Irène Nemirovsky: El niño prodigio (1926), David Golder (1929) o El baile (1930), aunque será, Suite francesa (2004), la obra más ambiciosa de la exiliada rusa en París. El borrador ya estaba muy avanzado cuando los nazis entraron en París y en ella cuenta cómo durante los últimos meses de su existencia toda Francia se había convertido en un país de episódicos acontecimientos. Solo así se entiende por qué el texto está repleto de personajes secundarios como la propia historia intenta reflejar. La narradora describe, en su voluminoso proyecto, los comportamientos humanos y las circunstancias a que están ligados sus personajes, certeza que muy pronto se celebra en esta narración porque en Suite francesa (2005) esos comportamientos ante la catástrofe de una guerra, el desamparo y el destino que sufren los hombres y mujeres de su historia, son lo más relevante en una novela tan memorable. Aunque incompleta como el lector puede leer en el prólogo a la edición de la editorial española Salamandra (Barcelona, editorial que está editando el resto de obras), la novela sigue el esquema clásico de las suites, esto es, una sucesión de movimientos rápidos y lentos, una danza, y una giga como final. Paradójicamente, la suite es una música alegre, despreocupada, de una brillantez extraordinaria que en su título muestra la vena más irónica de la narradora.
        Irène Nemirovsky había nacido el 11 de febrero de 1903 en Kiev, en lo que hoy se conoce como el yiddishland. Su padre fue un próspero comerciante de granos que viajó mucho antes de convertirse en uno de los banqueros más ricos de Rusia. Fanny, su madre, la había traído al mundo con el mero propósito de complacer a su acaudalado esposo y pronto la abandonó al cuidado de una nodriza. Jamás le otorgó el más mínimo gesto de amor y así Irène abandonada a su suerte se refugia en la lectura y cuando empezó a escribir desarrollaría un odio feroz contra su madre. Dicha venganza se vería cumplida con la publicación de El baile (1930), Le vin de solituded (1935) y Jézabel (1936). Sus obras más críticas se ambientan en el mundo judío y ruso, como por ejemplo, Los perros y los lobos (1940), novela en la que retrata a los burgueses del primer gremio de mercaderes que tenían derecho a residir en Kiev, ciudad prohibida a los judíos por orden de Nicolás I. Cuando los Nèmirovsky vivían en Rusia disfrutaban de un alto nivel y todos los veranos abandonaban Ucrania con destino a Crimea, Biarritz, San Juan de Luz o Hendaya. Tras la muerte de la institutriz francesa, una Irène de catorce años, empieza a escribir. En el momento de estallar la Revolución de Octubre, los Nèmirovsky residían en San Petersburgo, y pronto el patriarca los trasladaría a Moscú para su seguridad, pero fue allí donde la revolución alcanzó su grado supremo de violencia. Cuando los bolcheviques pusieron precio a la cabeza de León Némirovsky, en diciembre de 1918, se organizó su huida a Finlandia, disfrazados de campesinos, y allí pasaron un año en un pequeño caserío rodeados de nieve. En aquel apartado lugar se convirtió Irène en una mujer y empezó a escribir poemas en prosa inspirados en Óscar Wilde. En julio de 1919 se embarcaron hacia Ruán (Francia) y poco después se instalaron en París donde el padre asumió la dirección de una sucursal de su banco y pudo, poco a poco, rehacer su fortuna. Iréne se había matriculado y licenciado en Letras en la Sorbona y cuando publicó David Golder (1929), ya había escrito y enviado cuentos a la revista bimensual ilustrada Fantasio.


        Irène acude a bailes, recepciones, casinos y en una de esas veladas conoce a Michel Epstein, ingeniero en física y electricidad por la Universidad de San Petersburgo, que trabaja en el Banque des Pays du Nord, se agradan, flirtean y finalmente se casan en 1926.  Denise, su primera hija, nace en 1929, y una segunda niña, Élisabeth, en 1937. Ante la psicosis de guerra y el antisemitismo violento que se vive en la época, deciden convertirse al cristianismo en la madrugada del 2 de febrero de 1939. El inicio de la Segunda Guerra Mundial será inminente. El primer estatuto de los judíos el 3 de octubre de 1940 les asigna una condición social y jurídica inferior. La partida de bautismo de los Nèmirovsky no les resulta de ninguna utilidad. Durante 1941 y 1942 escribe La vida de Chejov y Las moscas del otoño que no se publicarán hasta la primavera de 1957, y además emprende su trabajo más ambicioso, Suite francesa. El 13 de julio de 1942 los gendarmes llaman a la casa de los Nèmirovsky, detienen a Irène y el 16 es llevada al campo de concentración de Pithiviers y al día siguiente es deportada a Auschwitz y asesinada el 17 de agosto de 1942.
        El baile, entregado solo unos meses después del éxito de David Golder, es un breve relato de una medida y una eficacia poco corrientes en este tipo de entregas. En apenas cien páginas, la narradora cuenta la irritación adolescente de una niña de catorce años que ha visto cómo durante los últimos tiempos sus padres han prosperado gracias a un acertado giro bursátil y ahora son una adinerada familia que pretende formar parte de la alta sociedad francesa en el París del glamour de comienzos de siglo. Pero, como aún no han conseguido ese reconocimiento, los señores Kampf organizan un baile de sociedad dejando a Antoinette fuera de ese acontecimiento o esa ceremonia de iniciación como ella la entiende. Pronto la joven fraguará un modo de vengarse que provocará una humillación para sus padres. Lo significativo del relato no es la historia en sí, sino esa despiadada visión de una sociedad, la situación absurda a que lleva la soberbia autoafirmación materna frente a ese dolor de rechazo provocado y sufrido por la adolescente que le llevará a una rabieta transmutada en un odio de consecuencias tan dramáticas como reveladoras para el curioso lector. Solo entonces, cuando la joven ve el resultado de su actuación, tras sentir una especie de desdén, de indiferencia despectiva, comprende que los adultos pueden sufrir por aquellas cosas más fútiles y pasajeras y en un destello inaprensible, al fin, adivina la humillación a que ha sometido a la madre en un mundo, no menos, injusto, malvado e hipócrita. Quizá la propia Némirovsky, de veintisiete años cuando escribió la historia, pretendiera reproducir esa difícil relación madre-hija para salvaguardarse de toda esa estupidez  humana que había vivido en su adolescencia parisina y profundizar así en su propia conciencia de adulta.
        La historia de la publicación de Suite francesa recuerda a un milagro porque en su huida, las dos hijas de Irène y Michel, acompañadas de una tutora, llevaban consigo una maleta que contenía documentos, fotos de familia y el último manuscrito de la autora, redactado en una letra minúscula para economizar tinta y en un pésimo papel de guerra. La maleta acompañó a las niñas en sus frecuentes fugas, primero en un internado católico y poco después en sótanos donde eran de nuevo descubiertas. Cuando los superviventes de los campos llegaban, casi diariamente a la Gare d l´Est, las niñas Denise y Élisabeth acuden allí todos los días esperando a su madre. Su padre, Michel, había sido ejecutado el 6 de noviembre de 1942, también, en Auschwitz. Transcurridos unos años, Denise y Élisabeth, ahora de apellido Gille, tomaron la decisión de confiar el manuscrito y la obra de su madre al Institut Mémoire de l´Edition Contemporaine, aunque antes de separarse del manuscrito conservado, Denise, decidió mecanografiar e introducirlo en la memoria de un ordenador, rescribiéndolo por tercera vez, tal y como ha llegado actualmente a los lectores.
        Suite francesa es un sobrecogedor retrato de Francia y los franceses en aquella época de encrucijadas: éxodos, niños hambrientos, coches cargados por carreteras bombardeadas, burgueses abandonando París, prostitutas de lujos despachadas por sus amantes, convoyes militares, en suma la radiografía de un país entero abandonado a su suerte.  Mientras Elisabeth Gille, la hermana de Denise, preparaba El mirador: memorias soñadas. Iréne Nemirovsky (1992), traducido al castellano, por primera vez, en 1995 por la editorial española Circe (Barcelona), la biografía imaginaria de aquella a quien no había tenido tiempo de conocer, pues la pequeña Elisabeth sólo tenía cinco años cuando los nazis asesinaron a su madre.

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